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Aceptar al otro

 

Usoa Ibarra

 

 

La coeducación, que es un término que promueve la igualdad entre hombres y mujeres, data del siglo XIX, sin embargo a día de hoy seguimos con la necesidad de trabajar intensamente este concepto en las aulas. Nuestro sistema educativo público marcó desde los años 70 un primer hito en este sentido, porque se aprobó un mismo currículo educativo para ambos sexos y se incorporaron las aulas mixtas.

 

Aún así la llamada tipificación sexual que viene a determinar lo que la sociedad considera apropiado en conductas, valores o aptitudes entre hombres y mujeres sigue lastrando unos roles caducos que entran en confrontación con los cambios inevitables que impone la libertad y los derechos fundamentales de cada individuo a sentir y hacer lo que le haga más feliz y pleno al margen de su condición biológica.

 

Nacer niño o niña no tiene que condicionar la construcción de la identidad sexual y personal de nadie, es más, el sexo no determina el comportamiento de un individuo, pero sí lo hace el género que es una variable psicosocial fuertemente vinculada a la sociedad donde se crece y que impone a través de la cultura, los valores, la ideología o la educación los “comportamientos que son socialmente aceptables”. 

 

Es de vital importancia que comencemos a distinguir estos términos, y que sepamos la fuerte influencia que tiene en la identidad sexual de cada uno muchos factores externos que van definiendo nuestro modo de vivir, sentir, relacionarnos o manifestarnos.

 

El seno familiar es uno de los ámbitos donde comienza la identificación de ciertos referentes y modelos imitables, y si éstos están relacionados con una diferenciación clara de roles (niñas que practican los juegos sumisos y niños que se entretienen con juegos de acción o emprendimiento) seguiremos sutilmente alimentando la fractura social entre hombres y mujeres, poniendo piedras a la igualdad de oportunidades.

 

A día de hoy, y pese a los múltiples programas que emanan desde las instituciones públicas para educar en equidad y no discriminación, seguimos observando en los jóvenes, conductas de superioridad en ellos y de inferioridad en ellas. Y esto ocurre, porque sigue sin existir una coordinación entre los múltiples agentes que influyen en la socialización. Ya no digamos con familias que ofrecen mensajes y ejemplos conductuales contradictorios a los niños o con medios de comunicación y redes sociales que propagan el sexismo como parte de su rentabilidad. 

 

Aunque parezca que nuestra sociedad ha avanzado mucho en patrones cívicos, democráticos y éticos lo cierto es que la sexualidad y la coeducación siguen siendo temas de confrontación social y política, porque, aunque parezca que hablamos con más normalidad y libertad sobre ellas, en realidad, no somos capaces de aplicarlas con el respeto y la tolerancia que exige la individualidad y con ello la decisión personal de sentirse y ser como a cada cual le plazca. Ni siquiera una legislación favorable a ello ha permitido que se interiorice la necesidad de aceptar al otro.

Cuando esto ocurre corremos el riesgo de que lo que debería ser un derecho se convierta simplemente en una proclama a la que se le quita o da valor según convenga.

 

“Aunque parezca que nuestra sociedad ha avanzado mucho en patrones cívicos, democráticos y éticos lo cierto es que la sexualidad y la coeducación siguen siendo temas de confrontación social y política”

 

 

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