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Adiós a las clases medias

 

Por Francisco Pomares 

 

Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos -el Club de los 36 países más ricos del planeta- ha advertido de los problemas probablemente insalvables a los que se enfrentará en los próximos años la que ha sido -desde el final de la Segunda Guerra Mundial- la clase social que ha sostenido el bienestar general de las naciones desarrolladas. De hecho, el Estado del Bienestar, ése invento feliz de las democracias europeas, sólo ha sido históricamente viable gracias a la expansión de las clases medias, a su crecimiento económico y al compromiso fiscal de las mayorías para sostener a las minorías más pobres. El informe de la OCDE es decididamente pesimista: para empezar, certifica de manera inapelable el creciente retroceso de las clases medias en todos los países más desarrollados. Es verdad que hoy hay más ricos y además son más ricos que antes de la crisis: mientras millones de personas en todo el mundo perdían sus empleos o veían reducir sus salarios y caían en la pobreza, unos cuantas decenas de miles de personas más hábiles o con más suerte lograron acaparar la riqueza que otros perdían. Pero sobre todo, lo que hay hoy es muchísimos más pobres. Nadie se escandaliza ya por estadísticas recurrentes que sitúan a un tercio de la población de los países más desarrollados en riesgo de pobreza. En Canarias, ese riesgo alcanza incluso porcentajes más altos.

 

La pobreza es -sobre todo- consecuencia de la dificultad para conseguir empleo, de la precariedad y pérdida de poder adquisitivo de los empleos existentes, y del incremento del coste de la vida, especialmente en habitación, sanidad y educación. Millones de familias instalas aún en el sueño del consumo, sufren para llegar a fin de mes y se ven acosados por una fiscalidad depredadora e insaciable, que sólo piensa en sostener una burocracia ingente. Pero el problema no acaba ahí: las clases medias se enfrentan a la automatización creciente de la producción, y a una deuda voraz que gobiernos incompetentes o cobardes, o ambas cosas a la vez, no dejan de incrementar.

 

En pocos años, si no se pone remedio a la situación actual, el sistema de seguridad social y las pensiones podrían implosionar, expulsando de las clases medias a millones de jubilados. Ocurrirá antes de lo que creemos si nos enfrentamos a una nueva crisis destructiva, y pasará entonces de forma salvaje. No es la primera vez que sucede algo así. La gran depresión, la crisis inflacionista de Weimar o el corralito argentino no están tan lejos. La mayor parte de los ciudadanos antes encuadrados en el estado satisfecho de las clases medias son conscientes del riesgo. Y también de la inanidad de una política instalada en el conflicto y el espectáculo. Tampoco debería sorprender que muchos de esos ciudadanos se aferren a las soluciones milagrosas: ya ha ocurrido también antes.

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