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Autogolpe en Venezuela

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 

 

Venezuela ha llegado a un punto de no retorno: la situación económica es absolutamente caótica, el desabastecimiento ha alcanzado cotas desconocidas en el país, no sólo faltan artículos de primerísima necesidad, además los cortes de luz y agua son continuos, los empleados públicos sufren enormes retrasos en el cobro de sus salarios, y muchos pensionistas -entre ellos los más de diez mil jubilados que viven en el extranjero- han dejado de cobrar sus pensiones. El país se ha instalado en una inseguridad jurídica total, la delincuencia se ha multiplicado y los asaltos, robos, secuestros y motines son constantes, a veces con la colaboración de la propia policía. Mientras la violencia campa a sus anchas y se producen venganzas y asesinatos políticos, Maduro se entretiene denunciando invasiones de su espacio aéreo, insultando a jefes de estado o de gobierno, e inventando conspiraciones internacionales, atribuidas a un supuesto "eje contrarrevolucionario" integrado por Estados Unidos, España y Colombia, y cuyo objetivo final sería provocar un golpe de estado contra la revolución bolivariana.

 

Llegados a ese punto, lo que ha hecho Maduro es darse el golpe él mismo: su estado de excepción anula la democracia en Venezuela, pero refuerza sus poderes militares y económicos. La Asamblea Nacional, controlada por la oposición al chavismo, ha rechazado el estado de excepción decretado por el presidente. La mayoría de la Cámara considera que el decreto -que otorga el control absoluto del país a Maduro durante dos meses, aplicando además del estado de excepción, el de emergencia económica- supone de hecho obviar los procedimientos constitucionales e imponer la continuidad de Maduro al pueblo de Venezuela. El estado de excepción -una suerte de autogolpe que Maduro inflige a su propia administración- es la respuesta al plebiscito revocatorio formulado por la oposición, un mecanismo previsto en el ordenamiento político venezolano, que el Consejo Nacional Electoral, en manos del chavismo, quiso bloquear alegando que una parte de las firmas que los respaldan son falsas, y retrasando el proceso. Finalmente, el propio Maduro decidió que el procedimiento no tiene legitimidad política, y ha impuesto el estado de excepción, que impide la votación del revocatorio.

 

En un clima cercano a la voladura de todos los puentes, el principal líder de la oposición, Henrique Capriles, ha advertido a Maduro que vaya preparando "los tanques de guerra, que vaya sacando los aviones de guerra y los tanques a la calle porque va a tener que aplicarlo (el estado de excepción) por la vía de fuerza, porque no vamos a aceptarlo". Tanto Capriles como Maduro se han dirigido directamente al Ejército pidiendo que respalde sus respectivas posturas. En un tono desafiante, Capriles ha declarado que los venezolanos no cumplirán el decreto y ha llamado a la protesta general de la ciudadanía, con marchas en las calles de Venezuela, expresamente prohibidas por el decreto de excepción.

 

Es el todo o nada: Maduro y Capriles han colocado al Ejército como árbitro final del conflicto. Pero el Ejército de Venezuela también está dividido. O en Venezuela se produce un milagro, o el país está abocado a una guerra civil.

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