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Autonomía de las partes

 

Por Francisco Pomares 

 

Años contándonos la milonga de que los pactos en cascada eran antidemocráticos, hasta conseguir que la gente se lo creyera. En realidad, los pactos en cascadas lo que son es incumplibles, sobre todo si los partidos carecen de liderazgo, sentido de la disciplina y capacidad de sacrificio. Para que eso exista -liderazgo, disciplina y sacrificio- los partidos tienen que ser algo más que agencias de colocación y reparto de canongías. Tienen que inspirarse en principios ideológicos, basarse en proyectos y programas y respetar la democracia interna. Cuando no hay ni democracia interna ni liderazgo, los partidos se convierten en el ejército de Pancho Villa, que puede ganar batallas, pero en los que cada general (y cada soldado) hacen exactamente lo que les viene en gana.

 

Los pactos en cascada firmados como acuerdo global entre el PSOE y el PCE permitieron a la izquierda española hacerse en 1979 con el control de la mayoría de los grandes ayuntamientos y sentar las bases de la implantación municipal de la izquierda. Los pactos en cascada lograron hacer posibles equilibrios institucionales basados en el cumplimiento de programas y objetivos, no en el mero intercambio de personas en los sillones edilicios. Y se mantuvieron hasta que los partidos se instalaron en la taifa y la baronía y perdieron la capacidad de hacer cumplir sus propias instrucciones. Eso ocurrió cuando sus dirigentes dejaron de inspirar confianza a sus propios afiliados, y nadie creyó que mereciera la pena sacrificarse por lograr objetivos de más envergadura. Se pasó de los pactos en cascada a reivindicar la autonomía de las partes que negocian, y a defender la capacidad de actuación de cada organización.

 


Pero sigue siendo una filfa: los partidos controlan militarmente desde arriba las decisiones, lo que pasa es que han sustituido la coherencia de los muy denostados acuerdos globales por el cambalache y la trapisonda dónde hace falta imponer decisiones. Así surgen bochornos como el del time-sharing interruptus entre Nueva Canarias y los socialistas de Tacoronte, que debía impedir a la candidata de Ciudadanos hacerse con la Alcaldía: el acuerdo ha sido frenado por el PSOE regional para lograr el apoyo de Ciudadanos a las operaciones de desalojo de Coalición en Tenerife, en el Cabildo y la capital. Ese es un buen ejemplo de como las direcciones defienden la autonomía sólo cuando a ella les conviene. Pero hay otros ejemplos, como la decisión del PSOE de apoyar a Marco Aurelio en San Bartolomé de Tirajana, otra operación al estilo Telde que pronostica la que se prepara en el Cabildo grancanario. O la fulminante dimisión de Eva de Anta, abandonada a su suerte por su madrina Corujo y su padrino Espino, condición necesaria para que el PP acepte votar a la Corujo como presidenta del Cabildo conejero a cambio de que el PP consiga la Alcaldía de Arrecife.

 

Todo es ahora así, un mamoneo poco edificante, un baile de tahúres, un intercambio de cromos, en el que se llenan la boca hablando de democracia cuando lo único de lo que se trata es del poder. De cómo mantenerlo si es propio, y cómo quitarlo a quien lo tiene.

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