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Canibalismo

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 



Al final, Podemos repitió la hazaña de dos días atrás y volvió a abstenerse. Pedro Sánchez obtuvo los mismos exactos 124 votos a favor, con 155 en contra y 67 abstenciones. Y con ese resultado -esperado por otro lado, tras la decisión del PSOE el miércoles por la noche de interrumpir las negociaciones-, dio comienzo ayer la cuenta atrás para la disolución de las Cortes, y la convocatoria de nuevas elecciones, que habrían de producirse en noviembre.

 

Atrás queda ya la amenaza de Pedro Sánchez de que no habría segunda vuelta. La habrá, entre otras cosas porque no es prerrogativa del presidente adelantar las elecciones en esta tesitura. El procedimiento está perfectamente regulado e incluye una nueva consulta del Rey a los líderes parlamentarios, una nueva propuesta y vuelta a empezar. Si no hay acuerdo antes de sesenta días, las elecciones serán inevitables, y uno se pregunta si eso es lo que está dispuesto a jugarse Sánchez, o lo que se encuentra incapacitado para evitar, o si es lo que Podemos está dispuesto a arriesgar, porque la política es cada vez más un juego de apuestas, un casino de declaraciones y medias verdades, un zoco de ministerios y presupuestos, una ruleta rusa en la que puede ganar el que más se arriesgue. Iglesias ha metido la bala de plata de las elecciones en el tambor, lo ha hecho girar y se ha colocado el revolver en la sien. Lo ha hecho con parsimonia y gravedad, haciendo a ratos como que se lo pensaba, como que estaba dispuesto a no apretar el gatillo a cambio de manejar los fondos para políticas activas de empleo (unos 6.000 kilos), pero ni por esas. Ahora, Iglesias ya se la juega a esa única bala, que puede volarle la cabeza a él y matar de éxito a Sánchez al mismo tiempo. Porque nadie duda de que los perdedores de esta operación van a ser Iglesias y su partido -por eso ha forzado Sánchez su negativa- pero algunos creen que la bala que le fulmine, también puede acabar por impedir la presidencia de Sánchez si se celebran nuevas elecciones.

 

Sánchez e Iglesias paseaban ayer sus caras de pasmo y su mirada acusatoria del otro, culpándose mutuamente (a través de sus propios y factores) de haber puesto el difunto en esta kermesse funeral con Gobierno cadáver. Vuelven a demostrar el viejo axioma de la izquierda española: su extraordinaria capacidad para devorarse a sí misma. La historia de los últimos cien años de este país está plagada de ejemplos en los que la izquierda ha preferido destruirse a sí misma antes que elegir ponerse de acuerdo. Tiene algo que ver con el más español de los viejos pecados capitales, que es la envidia, y no la lujuria, como piensan optimistas y rijosos. En España la envidia no consiste en querer que sea nuestra la fortuna o nuestro el éxito de un primo, sino en hacer que el primo los pierda. La izquierda española -más por española que por izquierda- está aquejada de una recurrente tendencia al canibalismo: es autodestructiva y feroz, digna heredera de un imposible pero obvio cruce entre la pasión religiosa y el talibanismo revolucionario. Ayer vimos exactamente la misma mierda que destruyó a la izquierda (y de pasó se llevó por delante al país) en el 17, el 34 y el 38. Y exactamente por los mismos motivos.

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