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Celaá sin Camilo

Guillermo Uruñuela

 

Todo lo que está ocurriendo en España en política roza lo esperpéntico. Nos queda el consuelo del circo que se montó en EEUU que llegó a dar vergüenza ajena por momentos. Y, claro, si una superpotencia mundial exhibe semejante espectáculo dantesco para decidir su presidente, uno puedo llegar a pensar que los nuestros parecen hasta buenos. Luego, regresamos la mirada al Congreso,  y nos damos cuenta de que no. No parecen ni medio serios; mucho menos preparados.

 

No se trata ya tanto de estudios o trayectoria. Yo atacaría más al sentido común que es por donde suelen cojear todas las medidas. Porque he aprendido que en política no se intenta buscar el bienestar de la mayoría sino de imponer tus ideas. Todos lo hacen. Incluso si las decisiones no son las más adecuadas en un momento concreto; como este, en el que hay otras prioridades antes que decidir si quitar o no los crucifijos de las aulas. Lo importante es el partido, dejar tu sello y mantener el sillón caliente tanto como sea posible. Viven de eso. No se olviden.

 

En los últimos meses ha aparecido el apellido Celaá constantemente en la prensa. Una tal Isabel, que desde hace no mucho se hace llamar ministra de Educación, y que quiere marcar las pautas del juego y dejar la estampa socialista a su paso. Supongo que será una forma de justificar un sueldo y, de manera colateral, aplicar las normas socialistas que cada vez se alejan más del centro izquierda hacia un lugar oscuro.

 

Ahora toca hacer un guiño a los independentistas y avivar el fuego secesionista atacando al castellano. Por supuesto, con Iglesias y Montera al lado, un pequeño ataque a la religión nunca viene mal. También quieren incluir a niños con discapacidades dentro del entramado educativo convencional, atentando contra toda lógica. Es entendible, una de las bases del comunismo persigue eso. Una sociedad homogénea y equitativa donde a todos se nos mida con el mismo rasero. Algo que a priori parece un fin idílico pero si uno sigue leyendo, se dará cuenta de que lo que pretende es que todos seamos iguales; miserables en la misma medida.

 

En la misma lína se premiará al holgazán y se penalizará al que brille. Es aconsejable no estudiar para más de un cinco. La elección del centro para los padres será sencilla, todos a la pública. ¿Es algo malo? De primeras, no. Sin embargo ahora contamos con una diversidad –públicos, concertados, masculinos, femeninos, privados, bilingües, religiosos…- que no hace mucha gracia al actual gobierno. Dar capacidad de elección es algo que no encaja en esta maravillosa democracia autoritaria.

 

 

Y para más inri, coge la tipa esta, que hasta hace unos años nadie sabía quién era, y con la humildad necesaria, le estampa su apellido a la nueva ley –sé que Wert hizo lo propio bajo el mandato del PP, y opino igual, pero ese artículo ya lo escribí-. Si al proyecto de ley le quitasen la tilde y una “a” e hiciera referencia al Nobel, Camilo José Cela, podría llegar a mirarla con cierto respeto. Pero es tan mala que no acertaron ni con el nombre.

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