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César: la esperanza de ser nosotros mismos

Gloria Artiles

 

Más allá de valorar que, con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de César Manrique, hayan salido a la palestra voces no habituales fuera de la órbita del establishment cultural y políticamente correcto, - como la del catedrático y biógrafo del artista, Fernando Castro, cuya valentía ha puesto en el eje de la agenda insular el cuestionamiento más que razonable acerca del mito político construido en torno a la figura del genial lanzaroteño-, personalmente lo que más agradezco es que me haya atravesado una bocanada de aire fresco, que ha logrado ventilar la resignación en la que me había instalado.

 

Cuando supe de su interés por Teilhard de Chardin, recordé al César que conocí y en quien siempre pude ver una de mis mayores certezas: las posibilidades que llevamos dentro todos y cada uno de los seres humanos para construir una vida significativa y transformar el mundo, de un lugar mediocre a un lugar extraordinario. Es decir, la esperanza de que es posible ser nosotros mismos, sin necesidad de la aprobación de otros, ni de autorización del orden establecido ni de validación por parte del sistema, ni de ningún tipo de institución, ni de las estructuras y patrones dominantes que nos encorsetan y nos impiden ser libres.

 

A lo largo de la historia, la inteligencia y el amor que sustancian la vida, en un asombroso proceso creativo, hacen que en ocasiones nazcan individuos excepcionales que se escapan del centro de gravedad de la mentalidad promedio imperante en cada época. Por eso son genios: transcienden lo convencional y vienen a romper lo viejo, lo inútil y lo inservible, para, conservando lo bueno conseguido, sobre todo hacer que emerja lo nuevo.

 

Son los que encarnan el impulso evolutivo de la humanidad, y vienen a hacerlo en todos los ámbitos, indicándonos que el camino se recorre en ausencia de límites y atravesando miedos, y mostrándonos a todos, no que ellos son superiores, sino que todos podemos serlo. Individuos como Manrique fueron demasiado grandes como para enredarse en pobres luchas de poder en las que se enfrascan los anodinos sanedrines que después han querido reinterpretarnos a César, con su propia visión más corta a modo de dogma de fe. Pero para mi eso es lo de menos. Lo importante es darnos cuenta de que si la historia nos trae a estas personas extraordinarias, no es para admirarlas situándolas en un pedestal inalcanzable objeto de veneración, y hacernos más pequeños ante tamañas mentes y corazones privilegiados, sino para todo lo contrario, para que cada uno de nosotros puede escucharse, creer en su propia grandeza, y atreverse a ser uno mismo, sin necesidad de que nadie nos tutele, nos guíe ni nos diga lo que tenemos que pensar ni lo que tenemos que hacer.

 

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