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Confesión de ‘todólogo’

Francisco Pomares

 

El 4 de febrero se estrenó en los cines una peli –Moonfall– que cuenta como la Luna se desploma sobre la tierra y despeina bastante al planeta. Y no se trata del último episodio de la biografía de Ángel Víctor Torres, sino de la enésima película de ese sádico de Hollywood, Roland Emmerich, que se ha especializado en filmar la destrucción de la tierra de todas las formas posibles e imaginables. Yo no la he visto, la peli –ni pienso-, pero existe unánime consenso crítico sobre el hecho de que esta última zarandaja apocalíptica del Emmerich es mucho más estúpida que todas las anteriores juntas.

 

Les refiero este evento catastrófico, porque ayer participé en un inesperado debate radiofónico sobre el cambio climático, planteado sobre la hipótesis de si los episodios severos de calima que estas últimas dos semanas se han ensañado con Canarias, pueden ser (o no) efecto del cambio climático. Intervine con precipitación, impulsado por mi apasionado compromiso con la calentología, adquirido precisamente después de ver otra peli de SF –Una verdad incómoda, ésta dirigida por Al Gore-, para decir que sí, que por supuesto, y recordar el catálogo de catastróficas desdichas que nos esperan si los humanos no conseguimos frenar las emisiones de CO2 a la atmósfera. Luego reduje la intensidad de esa declaración inicial, para explicar concienzudamente que los episodios de calima son recurrentes en nuestra región, que hay noticia histórica de precedentes bastante intensos, y que en fin, tampoco es que el calentamiento tenga por objetivo principal cubrirnos de polvo sahariano a los canarios, que eso viene ya de lejos. Me sentí muy satisfecho de evidenciar mi moderación al haber sentenciado que sí y que no: con el sí pretendía demostrar que en esto estoy en línea con lo políticamente correcto, como corresponde a un opinador de pro, y con el no, que no tengo ni zorra idea de si la calima nos llega ahora como resultado liminar del calentamiento o porque el simún sopla más activo e iracundo, quizá porque una mariposa batió sus alas mientras libaba en una linde florar de un jardín tokiota. Los todólogos no somos muy proclives a reconocer nunca nuestro mortal desconocimiento de la mayoría de los asuntos. Nos entrenamos para contestar cualquier pregunta que se nos haga, cubriéndonos las vergüenzas, como los políticos se entrenan para hablar pareciendo que dicen algo, aunque no digan nada, o los actores de teatro se entrenan para hablar en voz alta y que el público no se duerma. El entrenamiento es muy importante.

 

Cuando acabé de hablar yo, intervino mi colega de la izquierda, mucho más hábil y entrenada que yo, y que dijo que no y que sí. Supongo que dijo que no por llevarme la contraria –eso es clave en un buen debate-, y que sí por si acaso decir que no resultaba un poco demasiado negacionista, como de Vox o así. Luego le tocó el turno a la otra compi, que censuró a la Humanidad por portarse tan mal con el planeta y de la calima habló poco. Faltaba el anticristo de la calentología, un tipo heterodoxo al que le gustan las causas perdidas, pero sólo en las que no hay represalias ni detenciones, y nos recordó a todos que antes de existir el hombre ya hubo glaciaciones y sequías (eso es un no), pero -por si quedaba demasiado heavy-, añadió un apunte sacado de la agenda 2030 sobre cómo estamos esquilmando los recursos naturales y tal (eso es medio sí).

 

En resumen: ninguno de los cuatro expreso una opinión documentada sobre la relación entre cambio climático y calima, aunque hasta se habló de la pérdida de vigor de los alisios. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue que nadie arriesgó una sola idea propia. Todas las ideas las sacamos del Manual del asesino con alergia a la sangre y otros textos de autoayuda disponibles en las mejores librerías.

 

Les voy a hacer una confesión: este planeta no va a perecer porque la Luna se salga de su órbita y se desplome sobre nosotros, ni por la pertinaz acumulación de catástrofes angelivictorinas, ni por el cambio climático. La catástrofe que va a destruir la vida inteligente sobre la tierra es esta octava plaga de todólogos, tertulianos y opinólogos indocumentados y cobardicas que hoy copamos las radios y las teles y ha logrado contagiar su intrépida y ruidosa idiocia a un público cada vez menos exigente. Mea culpa.

 

Pero empiecen por quitar a los jóvenes. Yo me jubilo ya pronto.         

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