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Cuenta atrás

 

Por Francisco Pomares 

 

Pedro Sánchez reconoció por fin ayer a Juan Guaidó, como "presidente encargado" de la república, de acuerdo con la fórmula de interinidad establecida por el propio Guaidó atendiendo a la legitimidad que le aporta presidir la última Asamblea Nacional votada por los venezolanos y reconocida por la comunidad internacional. Es curioso que Sánchez recuerde expresamente en su reconocimiento que este tiene como horizonte temporal la convocatoria de unas elecciones libres y con garantías, en las que puedan participar todas las fuerzas políticas venezolanas. Sánchez pone la venda en la herida ajena: él también ofreció elecciones antes de presentar la moción de censura, pero se olvidó de decir cuándo.

 

Hay quien afirma que Sánchez no se ha dado mucha prisa en formalizar su reconocimiento de Guaidó, y probablemente sea cierto, pero tampoco era el reconocimiento español asunto determinante. Tras el apoyo de la Administración Trump, aunque el reconocimiento sea de justicia, la clave de lo que ocurra en Venezuela no está en los movimientos de la lenta diplomacia de los países europeos. La posición de las democracias pueden servir de contrapunto al apoyo sin fisuras a Maduro por parte de Rusia, China e Irán. Pero lo que vaya a suceder en Venezuela depende de las posibilidades del presidente interino de hacer bascular los apoyos a Maduro de la cúpula castrense bolivariana, en la que hoy no se observan demasiadas fisuras.



Ocurre así porque el Ejército de Venezuela asumió lo que Chávez definía como "alianza cívica-militar", en la que los militares obtuvieron un extraordinario reconocimiento del Estado, que encargó a la maquinaria castrense un papel fundamental en la vertebración social, el reparto de alimentos, la edificación de vivienda pública y otras actividades comunitarias. Quienes dirigen hoy el ejército son los soldados de la generación de Hugo Chávez, compañeros suyos, chavistas convencidos, y muy mayoritariamente maduristas. El ejército bolivariano es una gigantesca maquinaria que cuenta con más de medio millón de efectivos, por encima del ejército de Brasil, país siete veces más poblado. Durante los años que van de 2008 a 2016, el presupuesto militar creció un 155 por ciento, mientras el PIB retrocedía el 45 por ciento. Rusia le ha vendido armamento moderno, incluyendo artillería, vehículos y aeronaves, y China ha aportado equipos de comunicaciones, radares, vehículos blindados y helicópteros.



La advertencia de Estados Unidos al ejército de la República, en el sentido de que no se tolerarán actuaciones contra la población o contra el nuevo poder surgido en Venezuela, puede suponer cierta contención de las fuerzas armadas durante esta sorprendente crisis de las dos Presidencias, pero no parece estar siendo determinante para provocar un vuelco militar imprescindible para que el poder pase de Maduro a Guaidó. Quizá lo consiga la llegada masiva de envíos de ayuda humanitaria coordinados por Guaidó con EEUU y Colombia. Maduro se opone a que la ayuda traspase la frontera, pero para muchos militares, tener que frenar a tiros la llegada de medicamentos y comida para una población enferma y hambrienta será sin duda algo difícil de digerir. Probablemente, el inicio de la cuenta atrás.

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