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Del andar solitario

 

Por Alex Solar

 

En literatura está todo inventado, lo decía una voz autorizada en una entrevista radiofónica que escuché al azar en la radio pública de España. Era el escritor y artista multifacético argentino Alejandro Dolinas, que agregaba que en todo caso los autores solo podían agregar su sello personal a la obra. Es lo que sin duda hace Antonio Muñoz Molina (Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones, además de un largo etcétera de galardones importantes) en su último libro publicado “Un andar solitario entre la gente”. Especie de mosaico narrativo hecho de conversaciones de extraños cogidas al azar de los paseos por un Madrid que redescubre tras el largo exilio neoyorkino, Muñoz Molina se convierte en esponja que absorbe el entorno sonoro y visual urbano. No es casualidad que en el inicio cite a Joyce, que postulaba que un libro no se debe proyectar de antemano. El escritor irlandés, creador de una obra maestra como “Ulises”, dejaba fluir el río de la conciencia con toda su subjetividad sensorial para describir el universo caótico de las calles de su Dublín natal, compuesto de anuncios publicitarios, monumentos, carruajes de caballos y mujeres procaces.

 

Siempre tuve vocación de “flâneur”, es decir lo que los franceses en su maravillosa lengua definen como un paseante despreocupado que oye, ve y siente lo que encuentra en su camino. Lástima que los años lo lleven a uno por caminos sembrados de espinas o por páramos en los que no se producen hallazgos de tanta enjundia. Apenas retazos de vida, charlas intrascendentes que a veces , con suerte, revelan situaciones. Por ejemplo, cuando en un pequeño autobús que recorre las calles de mi zona, urbanizaciones extensas donde el tiempo se duerme bajo el calor levantino, escucho a unas ancianas relatar lo siguiente: 

 

 

-“Yo , desde que enviudé no salgo como antes…”

-“¿Y eso?”

-“Pues porque todos los demás conocidos y amistades de otros tiempos, en vida de mi marido salíamos todos, siguen en pareja…”

-“¿Y?…”

-“Pues que yo voy “de pico”.

-“Cómo así…”

-“Pues que si, por ejemplo, voy a pagar, algún caballero se adelanta diciendo “Dónde haya un hombre no paga una mujer”. Y eso le sienta fatal a su señora, que va y me mira con ojos asesinos…”

 

La buena señora tal vez quería decir que su soledad se interpretaba como una competencia para las demás mujeres. O sea “iba de picos pardos”, a galantear, para decirlo de manera elegante.

 

“Siente la vida a través de tu oído”, nos dice Muñoz Molina, casi al finalizar su recorrido “flâneur”. Escucha al taxista que lo transporta desde el aeropuerto a la ciudad y le parece que los españoles tienen “un acento muy fuerte que siempre me choca cuando vuelvo de viaje”:

 

-“En Semana Santa todo el mundo se va de Madrid”.

 

Náufrago en la gran ciudad, el escritor se siente como Baudelaire o Pessoa, o como el héroe joyceano de “Ulises” con su patata en el bolsillo del abrigo.

 

 

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