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¡Devórame otra vez!

Por Usoa Ibarra

 

 

La crispación daña la gestión. Hace irrespirable la atmósfera política y reduce el efecto de las noticias positivas. El ciudadano acaba desmarcándose de ese ruido excesivo y compara a la clase política con una jaula de grillos.

 

El desasosiego aumenta cuando ni los que ya estaban, ni los que acaban de llegar, son capaces de romper esta dinámica. Se podría decir que todos están metidos en el ajo, y que  ninguno acaba de hablar el lenguaje común de la ciudadanía. Además, no diagnostican con precisión cuáles son los problemas verdaderos, y por eso, otra tendencia preocupante al alza es la de crear una realidad virtual en la que crear necesidades y problemas que en el fondo no van con nosotros. Ciertamente, se echa mucho de menos que los políticos tengan capacidad de hablar más allá de sus electores. Todos están tan encasillados que pierden la perspectiva global. Saben que su continuidad depende de su propia parroquia y eso es algo tremendamente decepcionante, porque hay una masa de votantes que quieren ser convencidos y a los que no se les presta atención. Ese votante indeciso es el que después se convierte en un abstencionista sin retorno.

 

Por si fuera poco, los escándalos emergen a la mínima oportunidad, lo que distorsiona las relaciones interpersonales entre políticos. El diálogo para avanzar es teóricamente imposible cuando no hay confianza entre las partes.

 

En otras palabras: el cambio razonable conlleva relaciones políticas razonables, pero esto es imposible cuando lo que se practica es la polarización, el sectarismo y el populismo. Por otro lado, asusta mucho la indefinición de las líneas maestras de los que quieren presentar una moción de censura en el Cabildo. Pero aún es más preocupante que esas medidas estén inspiradas en una estrategia compartida: agradar el oído más allá de lo que a veces es posible y necesario en el ejercicio práctico de la gestión. Podría resumirse que hay quien vive en pre-campaña permanente, pensando en exclusiva en la cita electoral y asegurando su corralito. De ahí que no se sepa diferenciar entre los tiempos para construir y los tiempos para competir.

 

En principio, parece imposible que alguien que tenga un ligero conocimiento de la política insular se crea combinaciones tan dispares para gobernar como la de partidos de centro-izquierda-insularistas. Una aritmética loca que obliga a la reflexión, especialmente, cuando partidos con fuertes raíces como el PSOE entran al trapo de tanta teatrialidad. Nada parece cambiar para que una nueva política se haga hueco, de hecho se hieren sensibilidades con más frecuencia que antes, y se generan crispaciones que no se resuelven ni con los mejores negociadores. Nos han dicho que la solución está en cambiar las personas, pero no es cierto. Lo que le ocurre a la política insular es que está cansada de devorarse a sí misma.

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