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Ecuestre... lo que cuestre

Andrés Martinón

 

Hay deudas que nadie te reclama pero que uno se impone saldarlas. Este artículo es una pequeña deuda que nadie nunca me reclamó.

 

Todo se remonta a hace ya unos años. Entrevistaba al periodista de El País Juan Cruz. El interrogatorio iba sobre la importancia del maestro en la formación de las personas. Hablaba Cruz sobre un profesor que tuvo que le marcó su vida. Fue entonces cuando me sorprendió. A una pregunta mía,  contraatacó con otra: “¿Seguro que tú también has tenido algún profesor inolvidable?”. Pude quedarme bloqueado, pero no fue así. Me vino a la cabeza, casi como un tiro y sin habérmelo planteado antes, la figura de un profesor de Historia del Arte que tuve. Respondía al nombre de Ramón Mendoza.

 

Ramón daba las clases a oscuras y con un proyector. No se apoyaba en libros sino en imágenes de obras de arte de cada época. Me encantaban esas clases. Era como teletransportarse a otras épocas. Explicaba las causas y la utilidad que tenía cada creación.

 

 

Ramón tenía sentido del humor. Él, por ejemplo, decía que el emperador romano Vespasiano había sido el inventor de la moto Vespa o si estudiábamos el óleo dedicado por Velázquez al conde duque de Olivares (el conde duque monta un precioso corcel), el decía que era “un retrato ecuestre”, esperaba unos segundos y añadía, “lo que cuestre”. Esta frase se convirtió en un clásico pues son numerosas las obras en la que los protagonistas eran reflejados a lomos de los caballos. Cuando llegaba el momento, Ramón afirmaba que era “un retrato ecuestre”; se paraba y esperaba a que nosotros, que ya sabíamos el chascarrillo, añadiéramos, “lo que cuestre”.

 

Terminé COU y no estudié Historia del Arte. Estudié Periodismo y cinco años después me encontraba trabajando ya en la redacción de deportes de La Provincia en Lanzarote. Hacía las crónicas de todas las disciplinas y un día me tocó una luchada. No fue casual el encuentro en el terrero. Ramón era el especialista del Canarias7 de lucha canaria.

 

No se acordaba de mí. Me acerqué y le saludé. Le dije que había sido mi profesor. Me preguntó qué tal me fue. Le dije que acabé mi licenciatura y trabajaba de periodista. Fue correcto, incluso cariñoso. Pero, y es aquí donde viene mi deuda, lo traté como a un colega; como a un compañero de profesión. No en vano, el era corresponsal de un periódico y yo de otro. Pero no le mostré el respeto suficiente. No le hice saber que él había sido uno de los mejores profesores que había tenido.

 

Breve tiempo después, se publicaba que Ramón Mendoza había fallecido víctima de una larga enfermedad. Y ya nunca tendría la oportunidad de resarcirme en persona. Este artículo es sólo una deuda. Algo que tenía que hacer “ecuestre lo que cuestre”.

 

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