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El arrojo de cuestionar el sistema  

 

Gloria Artiles

 

Lo que les ocurre a los políticos es lo mismo que le ocurre a la mayoría de los seres humanos: que no se escuchan a sí mismos porque no creen en sí mismos. Y entonces actúan al dictado inconsciente de sus propias adhesiones ideológicas de interpretación de la realidad, viven pendientes de no salirse del pensamiento único que refuerzan los medios anestesiando la conciencia crítica y se ajustan a lo que marcan las líneas partidistas establecidas, a las que consideran verdades trascendentes e incuestionables, a pesar de que en muchas ocasiones no dejan de ser meros asuntos de moda, que salen a la palestra de la actualidad por la coyuntura de turno que toque.

 

Realmente se necesita mucho valor para salirse del rebaño, porque fuera de él hace frío, mucho frío. Fuera del sistema no hay certezas, ni planteamientos políticamente correctos, ni dogmas ideológicos, no hay donde agarrarse, ni tampoco tótems de referencia a los que reverenciar que te indiquen lo que tienes que pensar o cómo debes actuar, ni miles y miles de voces manifestándose coreando consignas comunes bajo las que sentirte protegido y seguro de que lo que piensas es correcto. No: fuera está uno solo con uno mismo, empujado al ostracismo, cuestionándote todo y buscando dentro lo que siempre equivocadamente habías buscado fuera: tu esencia, lo que eres.

 

Todo ese ruido externo, que ejerce una presión inimaginable precisamente para que no   te cuestiones nada, para que no atravieses ese abismo existencial, es también el que mantiene a muchos políticos atados a un nocivo conformismo, que es uno de los grandes obstáculos para el progreso humano. Por eso florece la mediocridad, porque se limitan a repetir modelos de gestión, y no a crearlos. Modelos fallidos que les llevan, una y otra vez, en un círculo sin fin, a enfocar los mismos problemas, con las mismas soluciones y los mismos planteamientos. Nadie se atreve a imaginar nada fuera del universo heredado y de la mentalidad colectiva imperante, a pesar de la terca evidencia del fracaso político casi generalizado del que todos somos responsables.

 

De ahí que no pueda dejar de entristecerme ante la paulatina decadencia en la que se va sumiendo esta cada vez más imperfecta democracia, porque las batallas políticas se siguen librando en el campo de los egos (que siempre pelearán hasta la extenuación por el poder, en cualquiera de las formas que éste adopta como siempre hábilmente camuflado)  y no en el campo de la esencia más profunda que cada político lleva dentro. Esa autenticidad es la única que, si pudieran escucharla, les llevaría a transitar el camino que lleva del egoísmo al altruismo, para mi el camino más hermoso que existe y el único que supondría de verdad una radical ruptura con el orden establecido. 

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