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El bochorno catalán

 

Por Francisco Pomares

 

Después del espectáculo del miércoles, con el presidente del Parlament empecinado en impedir que Inés Arrimada recordara la definición de español del singular Torra, la oposición no independentista en el Parlament reprobó ayer al Gobierno de la Generalitat, votando una moción de los socialistas en la que se califica al Gobierno de Torra de "inoperante". Los grupos opositores pidieron a Torra que se someta a una cuestión de confianza o convoque elecciones, que no se esfuerce en mantener un Govern paralizado, incapaz no ya de aprobar, siquiera de presentar, sus presupuestos. Sin duda, se trata de una moción -la del PSC de Iceta- que difícilmente se habría producido hace tan sólo un mes, antes de que Puigdemont decidiera romper con el PSOE de Sánchez tumbándole los Presupuestos, y antes de que Sánchez convocara elecciones. La moción del PSC demuestra que la política que se hace en España es básicamente instrumental: "si me apoyas te apoyo, si dejas de apoyarme te tocará cobrar del mismo palo".

 

La propuesta del PSOE puede tener un sentido básicamente electoral, dirigido al consumo nacional, pero a Torra lo deja fuera de juego. Si de él depende, es poco probable que las relaciones con el PSOE se puedan arreglar en el futuro, después de esta afrenta, que ayer encajó con rostro cejijunto y cabreado. En la misma instantánea, unos metros alejada, Inés Arrimada parecía bastante satisfecha. La gente de Ciudadanos votó a favor de la moción del PSC -una moción tan oportuna como oportunista- por pura coherencia. Como por pura coherencia no la votó la CUP, para quien el PSC se ha desacreditado a sí mismo en Cataluña diciendo hoy una cosa y mañana justo la contraria.



La moción no servirá absolutamente para nada: Torra ya ha dicho que ni va a someterse a una moción de confianza ni va a adelantar las elecciones, y que si la oposición quiere, que le presenten una moción de censura. Es obvio que no prosperaría: ni el PSC apoyaría a Arrimadas como candidata a la Presidencia de la Generalitat, ni tampoco la ganadora de las elecciones apoyaría a Iceta. Aun así, en política los gestos suelen tener consecuencias.

 

La primera es dejar a Torra, tocado y casi hundido. La segunda, abrir una situación nueva en Cataluña, con relectura española: tras las elecciones generales, y si no se produce el milagro de un hundimiento de Vox que reequilibre el voto en la derecha, todo indica que sólo habrá dos pactos posibles: el que prefieren la mayoría de los españoles, un acuerdo del PSOE con Ciudadanos, denigrado con tanto entusiasmo por ambos partidos que hasta parece hasta el más posible. Y el que prefiere Sánchez, que es el del PSOE con el partido de Pablo Iglesias y sus confluencias, con el apoyo de ERC. De ERC, digo, no del conjunto de los independentistas catalanes. Si las cuentas dieran, esa es la fórmula que Sánchez quiere: mantener el acuerdo con Podemos, que favorece más al PSOE que a Podemos (se está viendo), y romper la unidad de acción independentista. ERC va a superar en votos y escaños al partido de Puigdemont y Torra (se llame como se llame), y en las filas de ERC son cada vez más quienes creen que la actual situación de bloqueo y conflicto en Cataluña se les ha ido de las manos, que sería mejor pactar con Sánchez y moderar exigencias manteniendo el autogobierno, que dejar que Sánchez pacte con Ciudadanos y exponerse a sufrir un nuevo 155.

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