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El cese de Abreu

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 

 

Finalmente, José Alberto Díaz se ha desmelenado: firmó ayer el cese de Javier Abreu de todas sus competencias como concejal y primer teniente de alcalde lagunero. Al cesar a Abreu, el alcalde no solo incumple el mandato de la mesa del Pacto para que reintegrara al socialista en el área de Aguas, sino que además consuma la ruptura definitiva con Abreu y con la parte del PSOE que le respalda. ¿Por qué un tipo mansamente bovino y prudentemente pacífico como es el alcalde Díaz se arriesga con una decisión tan delicada? Pues porque Abreu cuenta cada día que pasa con menos apoyos.

 

A pesar de que tanto Abreu como el alcalde lo nieguen, la excusa para formalizar el cese –que incluye además la maldad de poner de patitas en la rue a los cuatro asesores que Abreu mantenía con cargo al municipio- ha sido la moción que el socialista presentó al Pleno municipal contra el criterio de su propio partido, para solicitar una auditoría de la empresa municipal Teidagua, de la que el mismo Abreu ya fue cesado el pasado mes de diciembre como consejero delegado y plenipotenciario. Desde que se produjo aquel cese y Abreu se fue al paro, lo que hasta ese momento había sido un forcejeo sordo por la alcaldía acabó convirtiéndose en una guerra a muerte y sin cuartel entre el alcalde y su teórico segundo.

 

Abreu no es precisamente un tipo dócil: tras las elecciones, y mientras duraron las negociaciones del pacto, peleó hasta el último minuto por hacerse con la alcaldía lagunera, desafiando las instrucciones de su propio partido, y negándose a firmar el pacto lagunero, jugando a estar en la oposición y en el gobierno al mismo tiempo, participando de las decisiones del gobierno municipal en unas ocasiones y conspirando contra ellas en otras, logrando incluso que propuestas de la mayoría fueran derrotadas gracias a la ausencia de los concejales de su cuerda. Fue entonces, en pleno proceso electoral del 20D, cuando José Alberto Díaz le quitó su sueldo como consejero delegado de Teidagua, a lo que Abreu reaccionó primero atribuyendo su cese a haber detectado pagos a un empleado que estaba en prisión (luego se supo que la iniciativa para denunciar ese asunto partió del alcalde), y después explicando que su presencia en Teidagua era molesta para Coalición, porque impedía usar la empresa pública para chanchullos. Y después vino la solicitud de una auditoría a la empresa de la que fue consejero delegado durante casi cinco años, que su propio partido le pidió sin éxito que retirara.

 

Abreu ha jugado muy fuerte y con apoyos decrecientes su pulso con el alcalde Díaz. En la medida en que perdía fuerza en el PSOE, incluso en la agrupación lagunera y en el grupo municipal, ha ido subiendo el tono de su desafío. Ahora está mucho más solo que hace un año, cuando empezó su guerra por la alcaldía. Ha perdido el apoyo de la ejecutiva federal del PSOE, que abandonó tras negarse a firmar el acuerdo local de La Laguna. Y el de la ejecutiva regional, a la que jamás reconoció capacidad de mando sobre él. Y nunca tuvo el apoyo de la insular. Le quedan algunos afiliados de La Laguna, sus asesores despedidos, uno o dos concejales (dependiendo del día), más el siempre disponible Gustavo Matos y la consejera insular de Museos, Amaya Conde, que lo ha defendido heroicamente con un tuit.

 

Es probable que a Abreu le asista la razón cuando acusa a Coalición de incumplir sus compromisos laguneros. Pero en política la razón no es suficiente. Abreu debiera saberlo mejor que nadie…

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