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El cumple de Poli

Bermúdez no podía seguir encerrado en sí mismo, dándole más vueltas a lo ocurrido, sufriendo la jugarreta de su amigo Juan Amigó

Francisco Pomares

Publicado en El Día

 

Es verdad que no tenía ningunas ganas de ir. Apenas había pasado un mes desde el desastre, y aún no tenía el cuerpo para mucha fiesta. Había pasado la mayor parte de los días en su casa de la Plaza de los Patos, encerrado y viendo series en la tele, dándole vueltas a la cabeza para decidir si podía haber hecho algo más de lo que hizo para evitar el desenlace. Cuando recibió la llamada de Poli Mora, pidiéndole que acudiera a su cincuenta cumpleaños, José Bermúdez sintió la tentación de decirle que no. No sólo porque no estaba de humor después de haber perdido la alcaldía habiendo ganado las elecciones y mejorado los resultados de cuatro años atrás? también porque sabía que necesariamente iba a encontrarse con el socio de Poli en la inmobiliaria Oasis, su antiguo amigo Juan Amigó, que -ahora ya lo sabía con certeza- fue el principal responsable del monumental engaño que le hizo perder la alcaldía de Santa Cruz de Tenerife, el mismo que le había garantizado que Ciudadanos le apoyaría para la alcaldía hasta el último minuto, el tipo en el que había confiado ciegamente, y cuya sinceridad en las negociaciones siempre defendió?

 

Esa relación de amistad casi íntima estaba basada en el aprecio -mutuo- de Bermúdez por Juan Alfredo Amigó, ingeniero y gerente durante décadas de la empresa municipal de Aguas, Enmasa, padre del secretario regional de organización de Ciudadanos -Juan-, pero también en los lazos de Bermúdez y la familia de Amigó. Una amistad antigua, mantenida a lo largo de los años con encuentros, intereses compartidos, fiestas y conversaciones, y algunos secretos de juventud. Por eso, el año previo a las elecciones, la Ejecutiva de Coalición le había encargado a Bermúdez que se responsabilizara de ampliar los puentes ya existentes con Ciudadanos para consolidar en Santa Cruz, La Laguna y el Cabildo, un acuerdo entre Coalición, el PP y el partido de Albert Rivera, un acuerdo que pudiera también ser traslado al Gobierno de Canarias.

 

Una mesa del Club Oliver

 

Bermúdez se aplicó a esa tarea: organizó algunas cenas, primero él solo con Amigó, en el Club Oliver, el lugar preferido del jefe canario de Ciudadanos, el club de la beautiful chicharrera, un sitio de encuentros privados y negocios, propiedad de las principales familias de la ciudad, personajes de rancio abolengo y empresarios de éxito. Amigó siempre ha preferido el Oliver para sus reuniones políticas y de todo tipo, y allí acudieron en los meses previos a las elecciones, a verse con Amigó y su tropa el secretario general de Coalición, José Miguel Barragán, y Carlos Alonso, presidente del Cabildo, y el alcalde lagunero, José Alberto Díaz. Todos ellos, convocados por Bermúdez, pasearon por los salones del Oliver para que Amigó pudiera presumir de sus amistades coalicioneras y su influencia ante Teresa Berastegui, secretaria institucional de Ciudadanos, entonces aún su protegida, con el sonriente Mariano Cejas y con su último fichaje, su íntimo Ricardo Fernández de la Puente, el hombre al que Amigó rescató para Ciudadanos del naufragio del paulinato. Un independiente -así se presentó durante su etapa como viceconsejero de Turismo de Rivero- al que Amigó quería promocionar al puesto de diputado regional. Porque en el futuro iban a pasar grandes cosas, como ese enorme proyecto turístico con bendición cabildicia que De la Puente llevaba barruntando desde hacía meses.

 

En esas reuniones en torno a una mesa para ocho en el Oliver, Amigó y los suyos fueron muy corteses, casi afectuosos. La voz cantante la llevó siempre el locuaz empresario, apenas interrumpido en algunas ocasiones por Mariano Cejas, aún investido de su aura de presidenciable. Ambos manifestaron que no tenían líneas rojas con Coalición por ser nacionalistas y se mostraron muy abiertos a futuros acuerdos en ayuntamientos, cabildos y gobierno regional. Amigó siempre se manifestó muy feliz con los encuentros: "fueron muy acertados, funcionaron muy bien", solía decirle a Bermúdez en alguna de sus frecuentes llamadas?

 

Todas aquellas reuniones previas a las elecciones se le agolparon a Bermúdez en la cabeza cuando recibió la llamada de Poli. Esas y algunas de las que vinieron después: los encuentros secretos con Amigó durante el proceso de negociación, en la casa del todavía alcalde, reformada preciosamente por la arquitecta Cristina Amigó, hermana de Juan, o lo que Juan le dijo justo un día antes del pleno, cuando los rumores sobre la rebelión de los concejales Juan Ramón Lazcano y Matilde Zambudio eran ya imparables, y Juan lo llamó para decirle que él "jamas, jamás, jamás" había hablado de los pactos con Zambudio, ni con Lazcano, "porque no quiero líos, no quiero entrometerse en los asuntos del comité de negociación". Era mentira, por supuesto, y Bermúdez ya lo intuía, aunque se resistía a creerlo. Sabía que a Amigó se le habían complicado las cosas con Madrid, que su partido no iba a respaldar un acuerdo con el PSOE sin el PP, y menos si ese acuerdo incluía votar con Podemos, y lo que veía era a Amigó intentando desmarcarse del acuerdo, responsabilizar a los concejales de la decisión que iban a adoptar al día siguiente, vender la idea de que él no había tenido nada que ver. No sólo por quedar bien con Bermúdez, al que Amigó sabía ya defenestrado. También por quedar bien con los amigos del Club Oliver, con la jet de Santa Cruz, los empresarios de centroderecha clientes de la inmobiliaria Oasis y con toda esa gente que no iba a entender que los concejales de Amigó hicieran alcaldesa a una socialista juntando sus votos a los de Podemos. A todos ellos iba a resultar muy difícil explicarles un acuerdo basado en hacerse con Urbanismo, la concejalía que Amigó y Garcinuño habían decidido conseguir costara lo que costara, y que ya sabían que Bermúdez nunca iba a dejarles?

 

Por eso, con la voz temblando al otro lado del teléfono, Amigó le dijo a Bermúdez que no se preocupara, que el partido había dado instrucciones a Zambudio y Lazcano de votarse a sí mismos. Bermúdez ya lo sabía, se lo habían comunicado desde el comité regional de pactos de Ciudadano. Pero sabía también, porque se lo había contado Guillermo Díaz Guerra, concejal del PP, que Patricia Hernández aseguraba tener ya cerrado el acuerdo: Guerra había almorzado con Patricia el jueves, dos días antes de la elección de los alcaldes. Compartieron mantel en un tailandés de Santa Cruz, con el antojo de un curry no muy picante bañado en leche de coco. Patricia Hernández le había garantizado que tenía ya los apoyos suficientes, que iba a ser alcaldesa, y que el PP podía sumarse al cambio, aunque fuera con su abstención.

 

Mientras, Juan Amigó hablaba con Bermúdez el viernes antes de la elección de las alcaldías, jurando que no tenía nada que ver con nada, que él había estado fuera de todo, al todavía alcalde en funciones empezó a quedarle claro que el comité de pactos de Ciudadanos no controlaba la situación, y que Juan Amigó le había mentido. Quería creer que no, pero la certeza del engaño empezó a pesarle como una losa. Decidió entonces curarse en salud y escribir dos discursos para el día siguiente. Tenía ya pensado el discurso que haría si ganaba. Pero se puso a escribir otro, por si perdía. Y ese fue el que leyó al día siguiente.

 

La fiesta

 

Durante unos pocos segundos, con Poli al otro lado de la línea, Bermúdez pensó qué hacer. Quería decir que no, pero Poli era -además del socio principal de Juan en la mayoría de sus negocios- uno de sus mejores amigos. Muchos años atrás, fue su compañero de viajes y aventuras en Mali, junto al periodista Miguel Ángel Daswani, y él nunca había faltado a su cumpleaños. Éste era, además, un cumpleaños muy especial: Poli celebraba su primer medio siglo de vida y éxitos.

 

-"Si, iré, claro que iré". Se sorprendió a sí mismo escuchándose. Pero ya había pasado un mes desde la derrota, sentía que no podía seguir encerrado en sí mismo, dándole más vueltas a lo ocurrido, sufriendo la jugarreta de su amigo Juan como lo peor que le había ocurrido nunca en política, evitando verlo o hablar con él. Sabía que Amigó estaría en la fiesta de Poli, por supuesto. Pero decidió que ya le daba igual, que no le pasaría ni una mentira más.

 

El 20 de julio, a eso de las dos de la tarde, Bermúdez se dio un salto al restaurante Ébano, al lado mismo del Auditorio. La fiesta de cumpleaños ya estaba empezando, y estaban allí los habituales, la gente guapa de siempre, los empresarios amigos o socios de Poli, profesionales, gente de su generación, de centroderecha la mayoría de ellos ? una representación perfecta del Santa Cruz tradicional, esa amalgama de buenas familias con pedigrí, gente con posibles, empresarios con buena suerte, políticos nacionalistas y del PP (ahora más cerca del paro), funcionarios conocidos y personalidades locales. Tomándose la medida unos a otros, comparando sus coches, trajes, zapatos y bolsos, cotilleando las novedades sociales y poniéndose al día con una sonrisa en la cara y una copa en la mano. La misma liturgia de todas las fiestas (de cumpleaños o no) de cualquier parte del mundo. Bermúdez se instaló en su sitio, pidió el primer mojito, y se sumergió entre los amigos de Poli. Muchos lo veían por primera vez desde el 15 de junio en que había perdido la alcaldía, y se acercaron para decirle que lamentaban lo ocurrido. Se formaron algunos corrillos, pero Amigó no se puso a tiro. Andaba como perdido entre los asistentes, escudándose en ellos, temiendo probablemente la repetición de un desplante como el del Club Náutico -sancta sanctorum del provincianismo tinerfeño-, cuando apareció por allí y algunos socios le silbaron. Al final fue Paola, la compañera de Amigó, quien se dirigió al ya exalcalde: le saludó con el mismo gesto de siempre, dos besos, uno por mejilla, cordial, en absoluto nerviosa. Amigó apareció después, como distante y abstraído, protegido tras una sonrisa impostada? cada vez que alguien se quejaba del cambio municipal, criticaba a la Zambudio, a Lazcano, o a Ciudadanos, Amigó hacía como si no escuchara, como si el asunto no tuviera absolutamente nada que ver con él, como si oyera llover.

 

Mientras, Bermúdez apuraba su último mojito en silencio. Pero al final, Amigó intentó explicarse, e insistió en que nada de lo ocurrido era responsabilidad suya, que a él también le habían engañado la abogada Zambudio y Lazcano, que no sabía nada, que nunca supo nada, que no vio nada, que no escucho nada. Y fue entonces cuando Bermúdez estalló: "Tu eres el responsable de todo esto", le dijo. "El único responsable de lo ocurrido, por acción o por omisión". Durante un breve instante, Juan Amigó, el hombre que diseñó con Carlos Garcinuño la operación para hacerse con Urbanismo en Santa Cruz de Tenerife, y que de carambola acabaría con casi tres décadas de poder de Coalición Canaria en toda la región, el caballero oscuro de Ciudadanos, traidor a todos, a su partido, a sus amigos, a la gente que él considera su clase, contuvo la respiración, como paralizado, convirtió su inalterable sonrisa en un rictus y envuelto en el silencio glacial e insoportable de las situaciones más tensas, dio unos pasos hacia atrás, y lentamente se quitó de en medio. Se desvaneció, como un fantasma. Fue como si nunca hubiera estado allí. Exactamente lo que él dijo que pasó durante las negociaciones.

 

Un rato después, cuando apenas eran las seis de la tarde, un Bermúdez liberado por fin del peso de las mentiras y la traición de un viejo amigo, abandono aliviado la fiesta del cincuenta cumpleaños de Poli Mora. Se fue sólo. Y solo se despidió del anfitrión. Y de Miguel Ángel Daswani.

 

EL DÍA comienza hoy la publicación seriada de una amplia crónica realizada por el periodista Francisco Pomares sobre los acontecimientos que llevaron al cambio del mapa político de Canarias tras las últimas elecciones regionales y locales. La crónica se basa principalmente en más de cincuenta entrevistas realizadas por Pomares a algunas de las personas -dirigentes políticos y sus familiares y personal de confianza, negociadores, funcionarios y periodistas- que participaron directa o indirectamente en el desarrollo de los acontecimientos, pero también en personas menos conocidas que tuvieron acceso casual a acontecimientos de cierta relevancia que sirven de contexto o de explicación de algunos de los episodios más confusos. Dada la naturaleza privada de muchos de los encuentros y reuniones que se desvelan, y la diversidad de versiones sobre cada uno de los hechos que se cuentan, siempre que ha sido posible o se ha tenido acceso a fuentes discordantes, se incluyen en la narración las distintas interpretaciones y puntos de vista de que se dispone sobre un mismo acontecimiento, aunque no siempre esa incorporación se produce en la misma entrega, para no perjudicar la coherencia narrativa de la crónica.

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