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El Estado de la Nación y de la Isla

Por Antonio Coll

 

 

Siempre he tenido cierto interés en los debates llamado “Estado de la Nación”. Es cierto que el escenario regularmente es el mismo, cuando los líderes de los partidos en escena repiten los mismos guiones que los anteriores. En esta ocasión, debutaban dos “artistas” nuevos: Pedro Sánchez por el PSOE y Garzón por Izquierda Unida. Nada nuevo bajo sol del llamado Reino de España. Críticas destructivas por la gestión del gobierno Rajoy y mucho interés de contentar, cada uno, a su “gallinero” particular. La noticia más importante, en líneas generales, sobre el Debate del Estado de La Nación, ha sido la audiencia que no superó, globalmente el 2% (entre 80 mil y 150 mil espectadores en la televisión oficial del Reino). Este dato es significativo y ha sido el más bajo de toda la historia de la democracia. Y este hecho es preocupante porque confirma el descrédito de los políticos y la indignación reinante. Los años que llevamos de “austericidio” han calado hondo en una gran parte de la población y ya no cree en sus políticos o en los partidos tradicionales. Es cierto que no estamos en un país “envuelto en llamas” pero hay muchas y poderosas razones para el descontento, que evitaré resumir para no aumentar la desolación. Sin embargo, si quiero citar un detalle a los que pregonan con retórica incluida, que ellos cuando estén en el poder aniquilarán las políticas llamadas de “austeridad”. El ejemplo más cercano se vive en Grecia. El partido ganador Syriza, de izquierda ¿radical?, que en los periodos electorales prometió un país “de las mil maravillas”, desafiando las directrices impuestas por Bruselas, con el plan de rescate de la Troika, ahora, una vez conquistado el poder y el gobierno, no le ha quedado otro remedio que “bendecir” lo aprobado por el anterior ejecutivo. Con esto quiero decir que una cosa es estar en la oposición y otra es encontrarse con la realidad de gobernar. No se alarmen. El PP prometió bajar los impuestos antes de las elecciones que ganó por mayoría absoluta y luego, lo primero que hizo fue subirlo, incluso más que lo que contemplaba en su programa Izquierda Unida. Y el PP es un partido conservador. Al menos así se identifica en el programa electoral. Ahora al encontrarnos en periodos electorales, han propuesto una batería de medidas, y olvidarse por un periodo de tiempo, del tijeretazo e ignorar las “debilidades” estructurales en la que se encuentra la economía española. Es verdad que las medidas del PP están sirviendo para un tímido crecimiento, favorecido también por la bajada del precio del barril de petróleo y el aumento del sector turístico, pero no sé si una parte de su electorado vuelve a darle la confianza. Lo que está claro es que en tiempo de Zapatero todo fue una fiesta y había “dinero para todos”, similar a las tarjetas opacas de CajaMadrid. Pero al final todo fue un espejismo. Con una deuda pública descontrolada y un sistema financiero bancario mal gestionado, acabó con el estallido de la “burbuja”, anunciada años atrás. Zapatero, después de visitar a su oftalmólogo, se mandó a mudar. La herencia de Zapatero pasó a Rajoy…Y a partir del próximo mes de noviembre habrá un nuevo escenario con dos partidos emergentes: Podemos y Ciudadanos. Esta circunstancia afectará, según todos los análisis, al bipartidismo, asentado desde hace décadas.

 

El debate del estado de la isla, ya en la recta final de legislatura, solo hay una cuestión destacable positivamente y ha sido el crecimiento del sector turístico, donde el año pasado batió record en llegada de visitantes. Las cuestiones importantes, serán asignaturas pendientes a resolver a partir del próximo mes de mayo. Con un gallinero político revuelto y problemas internos en algunos partidos tradicionales, como CC y PSOE, el panorama se dibuja con elevada incertidumbre y preocupación. Porque aspectos estratégicos y relevantes, estancados y frenados en la actual legislatura, tendrá que asumirlos los nuevos gobernantes que salgan de las urnas en mayo. Y percibo que no está el “horno” para mucho optimismo. Y existen datos y criterios objetivos para la desilusión. Espero equivocarme.

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