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El evangelio de Cerdán

 

Por Francisco Pomares 

 

A principios de semana me tropecé en un Binter con el Comisionado de Transparencia de Canarias, Daniel Cerdán, que venía de predicar la buena nueva en alguna corporación de las Islas. Le saludé, me saludó, se sentó a mi izquierda, y cuando yo esperaba resignado recibir mi parte de la consabida filípica que lleva repitiendo por todos los rincones de las Islas desde hace cuatro años, cuando fue unánimemente elegido por el Parlamento, se quedó plácidamente dormido, concediéndome media hora larga de paz y tranquilidad. Quiénes conocemos a Cerdán sabemos que pasar a su lado media hora sin ser sometido a su interrogatorio implacable y tenaz es inusual. Cerdán sigue siendo el periodista preguntón de siempre, pero ya no el tipo correoso que fuera.

 

Uno podría pensar que son los años, pero no, es el esfuerzo. Desde que se ocupa de lo suyo, Cerdán ha visitado cada pueblo, cada institución y organismo de las Islas, a veces acompañado de su escaso ejército -dos letrados y dos becarias- intentando convencer a funcionarios y políticos de que hay que cumplir la ley y abrir a la gente el acceso a la información sobre lo que se cuece y decide. Ayer, Cerdán informó que solo 85 de las 351 corporaciones, empresas y entidades obligadas a presentar declaración de transparencia han cumplido antes de concluir el primer plazo. Quienes se han pasado los tiempos por el arco de triunfo tienen repesca hasta el 21 de mayo, y una tercera oportunidad hasta final de mes. A pesar de tanta flexibilidad, al menos un tercio de quienes están obligados en Canarias a transparentar su gestión, no lo harán, y muchos de quienes sí lo hagan cumplirán de forma deficiente.


Las administraciones nunca se han tomado muy en serio que están obligadas a informar. La transparencia en la gestión pública es una exigencia relativamente novedosa, que muchos gobernantes consideran más engorro que necesidad. De hecho, es frecuente encontrarse con desprecio a la importancia de que los datos sobre la gestión sean accesibles. Como tantos otros cambios en las obligaciones de la administración frente a los ciudadanos, probablemente sea cuestión de tiempo que lo que hoy es un derecho de los administrados sea asumido como una obligación por parte de quienes mandan.

 

Cualquiera con menos capacidad de encaje que Cerdán habría tirado la toalla hace tiempo. Pero este periodista de la vieja escuela, implicado en lo público desde hace treinta años, un tipo íntegro e insobornable que dimitió como director de la Televisión Canaria porque se negó a aceptar las formas y comportamientos que luego popularizaría Willy García y dos piedras, cualquier otro se habría rendido ya. Porque este de la transparencia es un discurso que no parece interesar a casi nadie. Cerdán no se rinde, sigue saltando de isla en isla, inasequible al desaliento, evangelizando por agotamiento a los herejes y dando a los ateos una tercera oportunidad de convertirse?

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