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El futuro

 

A babor, por Francisco Pomares 

 

Si tengo mucha suerte, si un cáncer o un infarto no se ocupan antes de mí, si no me atropella un coche una tarde de verano, o no se estrella en el mar uno de los aviones que cojo todas las semanas, podría llegar hasta el 2040. Y morir a lo largo de esa década. No sé cómo será el mundo del 2040, menos aún cómo será para un anciano ya próximo a irse, pero confieso mi curiosidad por verlo. Siempre he querido saber lo que nos deparará el futuro. Cuando tenía 15 años pensaba que en el 2000 nos moveríamos en coches voladores, viajaríamos a las estrellas y el agua nos proporcionaría toda la energía que precisáramos. Con 30, después de unas cuantas muchas lecturas de ciencia ficción, empecé a creer que el "mundo feliz" de Huxley, más que una distopía, era una opción mejor que el holocausto, ya fuera nuclear o caníbal. Ahora, con los zombis instalados en el imaginario colectivo, y sintiéndome yo mismo como un zombi que arrastra un cuerpo achacoso y tirando a gordo (¿por qué no hay zombis con sobrepeso?), me pregunto si el futuro -como decía L. P. Hartley del pasado- "es un país extranjero?" en el que "? se hacen las cosas de otra manera". Suelo contestarme que sí: el futuro nos es completamente ajeno, más aún que el pasado. Nos acercamos a él sin las cautelas debidas a la exploración de un territorio inhóspito y desasosegante, un Orinoco desconocido en el que primero perderemos las fuerzas y finalmente se nos agotará la vida.

 

Hubo un tiempo (un tiempo que yo ya viví, pero en el que viven aún millones) en el que el futuro quedaba muy muy lejos. Tanto como para no prestar atención a algunas noticias de mal agüero. El martes, los principales medios de comunicación del país nos contaron que el Gobierno se prepara para transferir 15.000 millones de euros del Presupuesto a la tesorería de la Seguridad Social. Dice el Gobierno que es un préstamo, pero más bien debería ser una devolución: el Gobierno ha saqueado la reserva de las pensiones -a veces para atender necesidades de tesorería ajenas al sistema de jubilación- y ahora se encuentra con que lo que se recauda a los que trabajan no llega para atender lo que hay que pagar a quienes ya no pueden trabajar. Habrá entonces que tirar del Presupuesto: usar los recursos del IRPF, del IVA, de los impuestos? No es que eso sea necesariamente un drama: en muchos países de nuestro entorno, las pagas de los jubilados salen del Presupuesto General del Estado. Es un reconocimiento de que la Seguridad Social no se sostiene sola. Y esa es la verdadera situación, que se irá agravando a medida que aumenten los pensionistas y el envejecimiento de la gente, y el salario medio español tienda a bajar mientras las pensiones tiendan a subir. Hoy, uno de cada tres jubilados españoles tiene ya una pensión más alta que el salario más frecuente. Desde 2008 la relación entre pensión media de jubilación y el salario medio sigue creciendo a favor de las jubilaciones. ¿Dónde nos lleva eso? A que la Seguridad Social tenga que acudir al Presupuesto. Y en cuanto eso se normalice -15.000 millones por año de aportación presupuestaria a los 120.000 que cuestan las pensiones es un buen pico- probablemente alguien planteará que para que el sistema no implosione hay que "reformarlo", reduciendo las pagas (sobre todo las altas) a la baja. Y eso es lo que va a ocurrir más tarde o más temprano?

 

Leí no hace mucho que ser joven en estos tiempos poscrisis es un mal negocio. Cierto: tan malo como ser mayor en el futuro próximo. Aún así, siempre nos quedará el consuelo de pensar que la alternativa -no llegar al futuro- es peor.

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