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El mono monógamo

Por Álex Solar

 

 

El caso de Ashley Madison, la llamada “web de los infieles”. ha puesto sobre el tapete una de las cuestiones capitales de nuestra civilización: la monogamia. Más que el suicidio, es el problema filosófico más trascedente, pues a partir de la monogamia se articula nada menos que nuestra sociedad y nuestro modo de vida.

 

Ser o no ser infiel es pues el dilema que hombres y mujeres siguen planteándose desde que las hembras se convirtieron en moneda de cambio entre los clanes primitivos hasta la sacralización del matrimonio por la religión y luego por la sociedad laica.

 

Se suele considerar al matrimonio como algo que no tiene nada o poco que ver con el erotismo, pues es el marco de la sexualidad “lícita”. La sentencia bíblica “no cometerás adulterio” significa “no gozarás carnalmente fuera del matrimonio”.

 

En su origen, el matrimonio, como señala Bataille, es una transgresión por el hecho muy probable que los parientes que tenían un derecho exclusivo de posesión sobre sus hermanas e hijas, las transfirieron a extranjeros para ese acto sexual (evitando el tabú del incesto), que como todos los coitos, apunta el escritor francés, es una “fechoría”, o peor aún, una violación si se trata de una mujer virgen.

 

Si la infidelidad es un problema tan grande es porque damos la monogamia por sentada. Tal vez deberíamos pensar que la norma es la infidelidad y aceptarla tranquilamente, sin mayores conflictos. La creencia en la monogamia es como la fe en Dios, un acto religioso, el arte de los realistas y desengañados. No todos los creyentes creen de verdad en Dios, pero hacen como si existiera. La infidelidad es en el fondo un cambio de creencias, algo que no tiene por qué ser negativo, ya que la deslealtad hacia nosotros mismos, nuestras creencias o ideologías, nos permite avanzar en la escala evolutiva. Los monos no conocen el erotismo, el hombre sí.

 

Aspiramos a compartir en la vida lo más valioso que tenemos. Menos nuestros compañeros sexuales, no somos tan virtuosos. Tenemos derecho a ser infieles, pero ninguno de los que yo quiero debe hacer lo mismo, a menos que yo quiera, decía el psiquiatra R.D. Laing. Se refería al cuernero clásico.

 

En realidad, la única relación auténticamente monógama es la que mantenemos con nosotros mismos. Muchos son fieles…a la fidelidad, no a sus parejas.  

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