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Elecciones con Europa en crisis


Por  José Carlos Mauricio

 


Las elecciones generales en España coinciden con uno de los momentos más dramáticos de la crisis que la Unión Europea arrastra desde hace varios años. A pesar de la decisiva influencia que el proceso de construcción europea tiene en nuestro país, el tema apenas ha sido tratado en la campaña electoral. Los partidos españoles, cada vez más enfermos de un narcisismo insoportable, han vuelto a lo que más les gusta: mirarse en el espejo y olvidar que en Europa se está produciendo una batalla histórica que va a decidir su futuro y el nuestro.

 

Los británicos votaron el pasado jueves abandonar la Unión Europea, con el resultado de 52% contra 48%. Es decir, un país partido en dos. Pero el Leave le ganó al Remain, las dos palabras que aparecían en las papeletas de votación. Y aunque los jóvenes de forma muy mayoritaria votaron a favor de la permanencia, junto a la mayoría de los londinenses y los escoceses; los mayores de 45 años, los habitantes de las zonas rurales y tradicionales y los obreros de las industrias en declive decidieron irse.

 

El mismo fenómeno que se está produciendo en Estados Unidos con Donald Trump, al que le apoyan los mismos sectores sociales que están apostando por romper la Unión Europea. Los mismos que en Francia apoyan a Marie Le Pen, en Italia a Grillo y en el resto de los países europeos a los partidos nacionalistas xenófobos, que son todos euroescépticos. Es, en definitiva,  el resultado y los efectos tardíos de la Gran Recesión que ha conmocionado al mundo en los últimos ocho años. Primero vienen los dramáticos efectos económicos y sociales. Y, años después, los políticos. Como ocurrió después de la Gran Crisis de 1929, que produjo años después el ascenso de los nacionalismos y el nazismo.

 

Ya en las elecciones europeas del 2014, se produjo una fuerte convulsión política que todos quisieron minusvalorar. Ganó el Frente Nacional en Francia, avanzó el UKIP inglés, creció el movimiento antisistema Cinco Estrellas y así, el nacionalismo de extrema derecha se extendió por todo el continente. En España, “el bipartidismo quedó herido de muerte”: dimitió Rubalcaba y abdicó el Rey. Desde entonces, la situación no ha hecho sino empeorar. Las políticas de austeridad radical impuestas por los alemanes han agravado, hasta límites insoportables, la crisis social. A la que se ha unido la profunda degradación del poder político y su corrupción. Han acercado la gasolina al fuego y provocado la preocupante desestabilización política que sufre Europa.

 

Y por si faltaba algo para terminar de pudrir la situación, la estúpida intervención militar en Libia y Siria, dirigida por Cameron, Sarkozy y los americanos, han destruido estos Estados, prolongado la guerra y provocado un éxodo de refugiados que se ha convertido en la mayor avalancha inmigratoria de la historia. El miércoles pasado, cuatro mil emigrantes cruzaron el Mediterráneo.

 

El primer acto del drama ya se ha producido con el resultado del referéndum inglés. Que ha provocado una reacción de histerismo en toda Europa. Y como siempre se dice, “no hay nada más cobarde que un millón de euros”. El dinero huye siempre al primer estampido. Las bolsas caen, las inversiones se paralizan, los bancos piden salvavidas y suben las primas de riesgo que, entre otros, afectará gravemente a la financiación de la endeudada economía española.
 

A su vez, el Reino Unido parece abocado a una grave recesión. Ya ha caído la libra, caerá el empleo y pondrán graves trabas a los inmigrantes, que afectarán a los centenares de miles de españoles que trabajan allí.  Cameron ha dicho que dimitirá dentro de tres meses y será entonces cuando el nuevo primer ministro presentará la comunicación al Consejo Europeo. En ese caso se aplicará el artículo 50 del tratado, que prevé una negociación de dos años, en que se negociará la nueva relación del Reino Unido con la Unión Europea. Los ingleses ya están proponiendo una solución tipo Noruega. Es decir, permanecer en el mercado común a cambio de una aportación al presupuesto europeo. Pero Juncker y Schäuble, los dos duros, ya les han contestado “fuera es fuera”. Aunque esto es precisamente lo que se negociará en estos dos años.
Pero aparte de los graves problemas económicos, el problema principal, la cuestión esencial es política. ¿Cómo impedirá Europa que el año que viene no se plantee el Franxit que ya ha exigido Marie Le Pen? ¿O que Grillo lo plantee en Italia? ¿O que lo planteen los holandeses, los polacos o los húngaros, que ya han amenazado con ello? Estas preguntas llevan a otras. ¿Seguirá la señora Merkel con la política del “paso a paso”, o más bien pasito a pasito, para la construcción europea? ¿El Gobierno alemán todavía no se ha enterado que vive un tiempo político en que tiene una pierna en el muelle y otra en el barco, y que en el momento en que el barco zarpe puede caer al agua?   
   

En esta próxima semana se reúne con carácter urgente el Consejo Europeo, al que asistirá Cameron para explicar lo que no entiende. Asistirá Rajoy, como representante de uno de los grandes países de la Unión. Pero nuestro presidente irá en funciones en representación de un país que no tiene posición. Justo en el momento en que Europa tiene que hacer una declaración histórica. Mandar un mensaje al mundo diciéndole con toda convicción que la Unión Europea no pretende ser reinos de taifas, ni un proyecto en declive y decadente. Si no que ha decidido, a pesar de todo, construir una unión política fuerte que permita a Europa jugar su papel de actor global en un complicado escenario mundial.

 

El sonido del silencio

 

Pero mientras Europa y el mundo viven un tiempo de grandes cambios, de transformaciones políticas y grandes crisis, España sigue ensimismada. Va a unas elecciones en que se ha hecho mucho ruido, bastantes descalificaciones y hasta apelaciones al miedo. En los debates, solo hemos visto luchas por el poder, ardides y trampas y lo que varios periódicos españoles han llamado “los silencios de la campaña”. Porque es verdad que casi no se ha hablado de Europa, y no sabemos qué proyecto europeo nos proponen. Tampoco se ha hablado de ninguna de las grandes reformas que necesita el país. También es verdad que, en realidad, no lo explican porque ninguno está seguro de llegar al Gobierno. Y aún peor, los que acarician la idea de alcanzarlo, temen tener que constituir uno tan débil y en minoría que en realidad no pueda gobernar. Escuchen si no lo que se ha dicho en los últimos días de campaña.

 

Rajoy pidió “ayuda contra los malos” y, para ello, concentrar el voto de los buenos. Y añadió: “Yo o Podemos”. No habló del PP. Dijo “Yo”, como aquel rey de Francia

 

que amenazó con el “yo o el diluvio”. Para evitar el diluvio, Rajoy necesita un mínimo de 130 diputados. Esta noche lo sabremos. Rivera le contestó: “No haré presidente a quien cobró dinero negro de Bárcenas”. Demasiado contundente para que pueda cambiar de opinión. Y por si alguien no se había enterado precisó: “El lunes nos debemos de sentar PP, PSOE y Ciudadanos para pactar un gobierno de coalición que afronte las grandes reformas, pero sin Rajoy”. Para ello Ciudadanos tendrá que superar con amplitud los 40 diputados con los que cuenta actualmente. Esta noche lo veremos.

 

Sánchez, a lo suyo: “No es no”. “Apoyar un gobierno del PP sería traicionar a mis votantes”, dijo. Y para no quedarse a medias, añadió: “A Iglesias nunca le apoyaremos como presidente. Ni su programa económico ni el derecho a decidir para Cataluña”. Sánchez piensa que Iglesias está haciendo de aprendiz de brujo, como Cameron lo ha hecho en el Reino Unido. Si Sánchez se acerca a 90 diputados y supera en escaños, aunque no en voto, a Unidos Podemos, se ofrecerá de nuevo como presidente. Pero si no lo consigue, tendrá que dimitir. No sé si esta noche o, como Cameron, dentro de tres meses, en el congreso del PSOE. Esta noche lo sabremos. Y, por último, Iglesias, como siempre, al acecho: “Si sacamos más votos que el PSOE, pediremos la Presidencia”. Y precisa, esta noche, desde que se conozcan los resultados, llamaré a Sánchez para pedirle que se integre en mi gobierno. Puede que esta noche ya Iglesias sepa que no será presidente.

 

Mientras Europa se debate en su crisis, España se debate en la suya. Todo apunta a que estas elecciones acabarán, en el mejor de los casos, con un gobierno débil y en minoría, que como mucho durará un par de años. Un par de años sin poder hacer ninguna de las reformas importantes. Y, por tanto, sin poder hacer frente seriamente a los urgentes problemas del país. Está ocurriendo lo que en otras transiciones históricas, que hay un tiempo de máxima oscuridad en que no se ve la luz al final del túnel. “Un tiempo en que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir”. 
 
 

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