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Elogio de la embriaguez

Por Álex Solar

 

El autor recomienda el consumo responsable de este artículo .Abstenerse abstemios anónimos, xenófobos, fascistas, etc.

 

Crecí en un país productor donde las bebidas alcohólicas, como el vino y el pisco chileno, especie de orujo criollo, son parte inseparable de la vida del país, al igual que en España. Desde siempre, en cualquier lugar del planeta, la creación artística ha estado ligada al consumo de alcoholes y otras drogas por parte de sus principales actores. El poeta chino Li-Po, el persa Omar Jayam, Baudelaire, Rimbaud, Poe, Dylan Thomas, Hemingway, Capote, Kerouac, Malcolm Lowry, Mohamed Chukri, Claudio Rodríguez ,poeta castellano de la generación del 50, autor de “Don de la ebriedad”, entre tantos otros, han sido sacerdotes consagrados del rito báquico, pues tenían una sed inagotable, de vida, de amor y poesía, que apagaron sin miedo. Cierto es que el precio pagado fue alto, pero ahí están sus obras húmedas, vivas y coleando. Les aconsejo que las paladeen sin temor.

 

Nunca he confiado demasiado en los abstemios. Tampoco en los borrachos estúpidos y violentos, por supuesto. Me quedo con los innumerables amigos y conocidos con quienes he bebido, por puro placer, en las tabernas del mundo. Ellos me enseñaron las virtudes del mezcal, “la fuerza de México”, especie de tequila que va con su gusanito en la botella. Era lo que bebía Malcolm Lowry, autor de “Bajo el Volcán”, novela genial donde las haya, y que nadó en ríos de ese veneno azteca. Juan Goytisolo explicaba a los críticos que le acusaron de abusar de sustancias para escribir, que solo tomaba agua mineral cuando trabajaba. Lo mismo hacía el beodo autor inglés, en sus cortos períodos de abstinencia. Singular es la historia de Chukri, que siendo marroquí del Rif, bebía como un cosaco en una sociedad que lo prohíbe y escribió páginas formidables (El pan desnudo) sobre el alcohol y el sexo en la fascinante ciudad de Tánger.

 

En su libro sobre el origen de la tragedia, Nietzsche dice: “Por el influjo de la bebida embriagadora, de la que hablan todos los hombres y todos los pueblos primitivos en sus himnos, se despiertan aquellas emociones dionisíacas mediante cuya elevación lo subjetivo desaparece en el complejo olvido de sí. Bajo la magia de lo dionisíaco no solo vuelve a cerrarse la unión entre humanos; también la naturaleza sojuzgada celebra la fiesta de reconciliación con su hijo perdido: el hombre”. Desde la alborada de la Historia, el don de la ebriedad nos acompaña.

 

Brindemos por ello. Con vino, con cerveza, con orujo, o con agua, si prefieren.

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