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Encuentro en Casa Carmelo

Por Francisco Pomares

 

Casimiro Curbelo y sus dos colegas salieron de la reunión de Ciudad Jardín un poco pasmados por lo que habían visto. Pero sobre todo salieron con mucha hambre. Es probable que el espectáculo de Asier Antona autoafirmándose les revolviera las tripas, pero nada que un buen chuletón no pudiera arreglar. Decidieron ir a comérselo a un restaurante de verdad, y acabaron en Casa Carmelo, al principio del paseo de Las Canteras. Allí, en la terraza acristalada, ocuparon una mesa para cuatro y pidieron su carne a la brasa y un rioja de crianza. Mientras comentaban los lances de la reunión, Casimiro recibió una llamada de Ángel Víctor Torres, ya informado del fracaso del encuentro del centroderecha. Ángel Víctor le preguntó si podían verse y Curbelo le respondió que sí, pero que estaban comiendo en Casa Carmelo. Un rato después, Torres y Chano Franquis se presentaron en el restaurante, un camero juntó otra mesa y mientras Curbelo y sus compañeros Argoney Piñero y Desiderio Santos daban buena cuenta de su almuerzo tardío, Torres y Franquis se pidieron unos cafés.



No era la primera vez que Curbelo se reunía con Torres esa semana, ni tampoco ese día. Se habían encontrado ya un par de veces en un restaurante cercano al aeropuerto de Gando, cuando Casimiro venía para Las Palmas. La primera vez se reunió a solas con Torres, pero la segunda, esa misma mañana, alrededor de las diez y media, estuvo también Román Rodríguez. Curbelo sabía que tenía una reunión crítica del pacto de centroderecha, en la que él confiaba que quedaría definido un gobierno viable. Un gobierno imperfecto, con Asier Antona de presidente y Clavijo de vicepresidente cuando el habría preferido que fuera al revés. A pesar de estar en esa operación, Curbelo no tuvo el más mínimo inconveniente en verse antes con Torres y Román. Siguieron dando vueltas a las posibilidades de cerrar por la izquierda, un gobierno progresista, con la participación de Podemos, en el que Curbelo podía pedir lo que quisiera, que le sería dado.

 


En medio de la conversación, Curbelo recibió una llanada inesperada. Era José Luis Rodríguez Zapatero, con el que Curbelo tenía alguna cuita pendiente. Le había llamado un año antes, para invitarle a hacer el pregón de las Fiestas Colombinas en La Gomera. Zapatero no cogió, no tenía el teléfono archivado, pero le mando un mensaje: "¿Quién eres?". Curbelo se identificó con otro mensaje, y Zapatero le contesto al rato diciéndole que luego le llamaría. Nunca lo hizo. Supongo que el gomero apuntó en algún lado el desaire. Siempre había tenido una excelente relación personal -y política- con quien fuera presidente del Gobierno en los últimos años de su militancia en el PSOE, y ya pasada casi una nueva legislatura desde el lance de Azca, después de que su nuevo partido, la Agrupación Socialista, revalidara el apoyo de los vecinos de la Gomera a su liderazgo insular, después de que la Justicia enterrara en una multa todo el asunto, Curbelo no entendió que Zapatero no le contestara nunca. Y ahora le estaba llamando, y él sí iba a coger. Por supuesto que iba a hacerlo? Se disculpó con Torres y con Román y se alejó para hablar.



- ¿Si?

- ¡Hola Casimiro! ¿Cómo estás? Oye, soy José Luis?

- ¿José Luis?

- Sí, José Luis, Zapatero. Soy Zapatero.

- ¡Ah!, Hola, José Luis, cómo estás?

- Bien, muy bien ya sabes. Oye, que te llamo porque me pidió Lola Corujo que hablara contigo. Ya sabes?

- Sí, claro, sé que te has comprado una vivienda en Lanzarote y que vienes mucho. Oye, eso está bien? siempre te gustó mucho Lanzarote

- Sí, mucho, mucho. Oye, que tienes que apoyar al PSOE, Casimiro, que es una oportunidad única, es nuestra oportunidad en Canarias. Y depende de ti. Tienes que apoyarnos, compañero?

Casimiro, fiel a su estilo gomero, no se comprometió, pero tampoco negó la posibilidad de un acuerdo con Torres, lo que sí hizo fue lo de siempre, sembrar su predio: le pidió lo que quería pedirle la vez que le llamó, que viniera a dar el pregón de las Colombinas, y Zapatero aceptó, por supuesto. Hablaron un par de minutos, Casimiro le contó que estaba reunido con Torres y le dijo que tenía que seguir, que se había ausentado del encuentro para hablar con él. Y el otro: "Sí, si vuelve a la reunión. Oye, que es muy importante que nos apoyes, ¿eh? Vamos a desandar todos los errores, ¿eh?".



Y el gomero: "Oye? ¿Tú te acuerdas de una llamada que te hice hace un año? Me mandaste un guasap preguntando quien era y te dije que era yo. Y me escribiste que llamabas en un rato. ¿Te acuerdas?" Y Zapatero: "Sí? sí?" Y Casimiro: "Pues nada, que todavía estoy esperando tu respuesta? Pero no pasa nada, era sólo para invitarte al pregón?". Curbelo, en estado puro: este hombre no da puntada sin hilo.



Casimiro volvió dentro del restaurante, a seguir su reunión con Torres y Román. Pero lo que tenía en la cabeza no era lo que Torres le estaba proponiendo, ni el repentino cambio de Román, ahora decidido a apoyar cualquier iniciativa del gomero, convertido por matemática parlamentaria en dovela del arco del Gobierno. Curbelo pensaba en las presiones que habría de soportar en los próximos días, y decidió íntimamente acelerar lo posible las negociaciones. Por eso, después del estrepitoso fracaso del encuentro en la residencia del presidente en Ciudad Jardín, la llamada de Torres para volver a verse por la tarde fue inmediatamente atendida.



El segundo burgomaestre



Y allí estaban de nuevo, Torres, él, y en vez de Román, Chano Franquis, segundo burgomaestre del sanchismo grancanario. La pareja bien avenida (casi siempre) del PSOE insular, transando ahora el cambio de manos del poder regional. Esa reunión de Casa Carmelo fue probablemente la reunión clave para hacer bascular a Curbelo. Se produjo en el momento preciso. Y Torres es un buen negociador que sabe esperar el momento: no se excita, no pierde los nervios, no da nunca nada por definitivamente perdido (o ganado), es persistente, pedagógico, amable y tolerante. Tiene madera de alcalde de pueblo, paciencia de maestro y afición a contar (y escribir) cuentos. Cuando dice algo importante le brillan los ojos y le salta a la cara una sonrisa pícara y curil. Torres no se dedicó a forzar ningún acuerdo -no es su estilo-, sino que habló de opciones, de posibilidades y especialmente se comprometió a resolver las exigencias de Curbelo sobre la constitución de los ayuntamientos, el día siguiente.



Quedaban apenas unas horas, y ya era poco lo que podía hacerse, pero Curbelo había puesto sobre la mesa como condición para seguir negociando con el PSOE, que se resolviera lo de Valle Gran Rey, donde su partido, la Agrupación Socialista Gomera, había logrado cinco de los once concejales de la corporación, frente a los dos del PSOE. Entre las condiciones planteadas a Torres estaba la de respetar que ASG gobernara el municipio turístico del suroeste gomero, durante décadas bastión tradicional de Coalición Canaria. Torres, por supuesto, aseguró que se ocuparía de eso, sobre todo después de que Curbelo le comentó que el pacto en torno a Antona no era una opción fuerte. La incorporación de los socialistas a la sobremesa había comenzado comentando lo que había ocurrido en el chalé de Ciudad Jardín, y Curbelo les hizo partícipes de su impresión de que el desplante de Antona y las condiciones de Ciudadanos habían llevado el pacto auspiciado por Clavijo a un callejón de dificil salida. Torres lo sabía perfectamente.



Román le había llamado nada más salir del encuentro y le había contado punto por punto lo ocurrido en la residencia. Curbelo comentó también que tocaba definirse públicamente por la conveniencia de explorar un acuerdo progresista. Por supuesto, Curbelo también se guardaba su naipe en la manga, el as de su última conversación con Clavijo: este le había pedido, antes de que Curbelo dejara la residencia presidencial para dar cuenta de una chuleta a la brasa, una semana de tiempo. Que esperara a ver el desarrollo de los acontecimientos en la formación de los ayuntamientos, y diera tiempo para recomponer el desaguisado de Antona. Curbelo le dio su palabra de esperar hasta el jueves. También le dijo que la presión que estaba recibiendo era cada vez más fuerte por parte de los socialistas, y que había que resolver rápido.



La llamada más temida



Lo de la presión era verdad: cada vez más intensa, y aún no se había producido la llamada que Curbelo más temía, la de Felipe González. No llegó nunca esa llamada, de la que todos hablaba. Pero esa tarde, en casa Carmelo, Torres le cuenta a Curbelo el interés personal del presidente Sánchez en que la Agrupación Socialista se incorpore al gobierno de la izquierda, y blablabla y el compromiso de Sánchez con respaldar económicamente al nuevo gobierno, y bla bla bla, y el afecto que siente por La Gomera y blablabla, y Curbelo le dice que sería bueno poder hablar con Sánchez, y entonces, ante el gesto de incredulidad de Curbelo, Torres saca su teléfono y marca el número de Pedro Sánchez, y habla unos segundos con él y se lo pasa inmediatamente a Casimiro. Y claro, vino lo que tocaba: "Hola, Casimiro", "hola presidente" y "me alegra saludarte", "a mi también, Pedro?" y "tenemos la oportunidad de cambiar a esta gente en Canarias, esto puede no repetirse, nos haces falta, hombre?" y el futuro está por escribir y pelillos a la mar.



Quedaron en tener una reunión para hablar de cuestiones de Estado, que no se ha producido aún, ni probablemente se produzca nunca ya. Curbelo no se comprometió a nada con Sánchez, como tampoco se había comprometido esa mañana con Zapatero, Pero las cartas de la baraja comenzaban a caer del mismo lado. Esa tarde, entre algunas copas y risas, mientras Antona también se reunía con Vidina Espino en la cafetería del Hotel Iberia de Las Palmas, para hacer balance de pérdidas, Curbelo sintió que el cierre del Gobierno estaba cerca, y que -después de una semana de titubeos con el Cabildo de Gran Canaria y los ayuntamientos en disputa con Nueva Canarias-, el PSOE había empezado a retomar el control del proceso.

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