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¿Eres más libre que tu madre?


Por Usoa Ibarra


Le oí decir un día a una de mis tías, que rondará actualmente los 65 años, que se sentía formando parte de la generación “sándwich”. Su comentario estaba relacionado con esas mujeres que rompieron algunos clichés, pudiendo estudiar y trabajar, pero que todavía se dejaban guiar por la cultura transferida por unas madres, que en la mayoría de los casos, nacieron con la etiqueta de “niñas casaderas”. Es decir, que sabían perfectamente que para “independizarse del núcleo familiar” necesitarían de un hombre. Mi tía, la del “efecto sándwich”, sí había logrado superar este hecho vital, pero aún así, se sentía entre dos aguas, atrapada en dos mundos y llena de contradicciones. La causa era sencilla: la crió una mujer que no había podido elegir, pero que la animaba a ser económicamente independiente, y a la vez, la urgía a casarse, ser madre y buena ama de casa.


Hoy en día yo misma tengo una sensación parecida. Supuestamente he nacido con más libertad aún que mi tía, pero encuentro a diario múltiples ejemplos que podrían demostrar que no es lo mismo teorizar que practicar esa libertad .


Para demostrarlo empezaré hablando de la tiranía de la imagen que sigue estando demasiado presente. ¿O acaso el envejecimiento no es una especie de exclusión social para la mujer contemporánea? ¿No se nos sigue exigiendo perfección estética hasta para encontrar un trabajo?¿No seguimos siendo víctimas del “espejito mágico”?


Otra razón para pensar que vivimos una “supuesta libertad” la encuentro al escuchar a muchas mujeres quejarse de sus “multitareas” a la vez que dicen sentirse muy orgullosas de ser mujeres cualificadas y capaces. En estos casos, suelo observar mucho cansancio, angustia y hasta amargura, porque sería una especie de “femenicidio” reconocer que no podemos con todo, así que preferimos aguantar, silenciar y huir hacia delante. Además, el confesar que es demoledor comportarse como “súper mujeres” parece de desagradecidas. Así que con estos condicionantes cabe preguntarse: ¿son estas mujeres más libres que sus madres? ¿Realmente pueden afrontar con éxito las infatigables obligaciones de la mujer de hoy?


Por otro lado, me toca hacer una reflexión sobre las nuevas generaciones, porque cuando observo la actitud de muchas chicas jóvenes, embrutecidas, maleducadas, insensibles y violentas, un perfil desgraciadamente muy extendido, me pregunto si ellas se sienten realmente más realizadas por haber asumido el peor comportamiento del género dominante. Así que insisto: ¿es esta deformación consecuencia de la libertad o es otra forma de machismo? A ellas expresamente les hemos dicho que se “empoderen” y quizás lo han llevado a ese equivocado extremo. El problema es que muchas feministas parecen complacidas de ello, ya que es muy difícil escuchar una autocrítica referida a que hemos podido errar el tiro, especialmente con unos jóvenes que confunden “libertad con libertinaje” y que creen que la igualdad es una etiqueta más que se quita y se pone según las circunstancias.


Y el último ejemplo de que vivimos “una supuesta libertad femenina” es esa presión que sentimos las mujeres por parte de otras mujeres. Particularmente me duele ese feminismo que hace analogías entre la estética de una mujer y sus derechos. Es decir, que mide en centímetros de tela o gramos de maquillaje si esa mujer es un icono de la sumisión o de la revolución. ¿Qué tipo de feminista es esa que te dice “eso no te lo pongas” o “eso no es apropiado para la causa”?

En conclusión, y a modo de síntesis, es cierto que algo hemos cambiado, pero nos hacemos un flaco favor creyendo que ese cambio ha sido vertiginoso y nos ha servido para avanzar mucho.

 

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