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Fiesta

 

Por Antonio Salazar

 

 

 

Cada vez parece más evidente que el conocimiento entre nuestros dirigentes públicos no es acumulativo. De la misma forma que los ciudadanos nos mostramos prudentes ante síntomas que ya vivimos en el pasado antes de embarcarnos en proyectos costosos, los que mandan, puesto el objetivo en las siguientes elecciones y en cómo ganarlas, pasan por alto experiencias recientes. Solo así puede entenderse que vuelvan a litigar por grandes eventos deportivos de dudosa rentabilidad más allá de la imagen que de ellos mismos quieren proyectar o que empresas públicas sean capaces de destinar medio millón de euros para patrocinar a equipos deportivos de élite integrados por profesionales bien pagados. Quizás sea la razón por la que elegir al gerente del CD. Tenerife se convierte en una cuestión casi de miniestado. O quizás no, pero no es fácil entender que una presidencia de un equipo de segunda división sea capaz de movilizar tanto interés como cuando se vetó a Paulino Rivero o cuando se nombra a un simple gerente. Desde un punto de vista ornamental no tiene un pase pero deberíamos concluir que éste no ha sido nunca un problema para los que mandan, que no solo disfrutan haciéndolo, particularmente les produce placer demostrar que lo hacen.

 

 

 

Dentro de la impostura que vivimos, demostración adicional de que no se aprende de yerros pasados, cabría añadirse esta locura colectiva de convocar nuevas ofertas públicas de empleo de las que vuelven a estar presos todas las administraciones sin que se eleven voces críticas por ello. La Administración General del Estado, la Comunidad Autónoma, el resto… todos a elevar plantillas que reputan de insuficientemente dotadas. Aceptemos que es cierto por más que resulte cuestionable. Asumamos que hay menos empleados públicos de los realmente necesarios. No es infrecuente leer informes sobre el futuro laboral que nos aguarda: en el año 2030, de cada diez empleos, ocho no existen hoy, del mismo modo que hace diez años no sabíamos que la gente podrían dedicarse a tan variada oferta en el campo de la tecnología. Bien, lo que propone ante esta nueva realidad nuestra impagable, sobre todo impagable, clase política es crear empleos en la administración que durarán no menos de 30 años fruto de esa característica esencial entre nuestros trabajadores públicos, la inamovilidad. Cabe preguntarse las razones para que esto sea así, más allá del santo capricho de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran a sucederles pero contradice toda lógica elemental. Cada vez prescindimos más de los intermediarios y podemos acceder a un catalogo casi infinito de bienes y servicios a golpe de ratón pero la elefantiásica administración que sufrimos no ve motivos para acometer una notable reducción de su tamaño que, necesariamente, reduciría sus costes, permitiendo una mayor renta disponible para los sufridos trabajadores del sector privado, los únicos que, en realidad, hemos soportado las consecuencias de esta larga crisis.

 

 

 

“Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”, decía la canción de Juan Manuel Serrat. Y sí, es cierto, se titulaba Fiesta y es lo que parece que quieren seguir disfrutando a nuestra costa.

 

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