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Harto de cinismo (y de más cosas)

  • Francisco Pomares
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    Leo con más disgusto que asombro que la Filmoteca de Andalucía ha retirado de su programación una peli del Andréi Tarkovsky, director de cine, actor y escritor ruso, fallecido en 1986 en el exilio, tras padecer un cáncer de pulmón fulminante. Considerado como uno de los más importantes cineastas rusos, a pesar de lo reducido de su obra (apenas siete largometrajes en un cuarto de siglo de carrera), Tarkovsky abandonó la URSS tras negarse a aceptar el dogmatismo soviético y las limitaciones impuestas a su trabajo, que ejerció y sigue ejerciendo una enorme influencia en el cine contemporáneo. Es ‘ese’ Tarkovsky, genio, disidente, exiliado, ruso, al que la estulticia de un programador o de un político andaluz ha retirado de la cartelera de la filmoteca, como una demostración más de la férrea voluntad europea de demostrarle a Rusia lo enfadados que estamos con ellos. Lo de Tarkowsky es sólo una manifestación extrema de nuestro propio cinismo complaciente, de la bajeza moral y mental que supone señalar aguerridamente culpables en esta guerra, mientras nos lavamos las manos ante la matanza sangrienta en que se ha convertido la aventura ucraniana de Putin.

     

    A los ejércitos no se los vence sólo con lecciones morales. A un ejército invasor se le derrota enfrentándole otro ejército, y lo más probable es que –moral aparte- la parte militar del asunto se resuelva ganando quien tenga más potencia de fuego, mejor logística, más capacidad de resistencia o más conocimiento del territorio. En Ucrania no mueren más civiles porque la mayoría han optado por abandonar el país. Están bien los homenajes, los aplausos y la indignación moral ante la masacre de población indefensa y la indignidad que supone una campaña militar destructiva contra viviendas, escuelas y hospitales. Hay que denunciar esa violación de las leyes de la guerra, apoyar la acogida de todos los refugiados, contribuir con ayuda humanitaria y arruinar a los criminales de guerra y a quienes les financian. Pero sobre todo, lo que hay que hacer con más resolución es apoyar el esfuerzo bélico de Ucrania, armar a quienes estén dispuestos a enfrentarse al invasor, y aislar ese discurso cínico que insiste en que armar a los ucranianos es estar por la guerra. Se trata de un discurso falsario, miserable, que obvia la legitima aspiración de los seres humanos a vivir en libertad y decidir sus propios destinos.

     

    Pedir a los ucranianos que no se resistan, que permitan mansamente la ocupación del país, a la espera de que el diálogo traiga la paz, sería como pedir a una mujer que está siendo violada o golpeada que no se defienda, que no reaccione, que dialogue con su agresor. Los pueblos –como las personas- tienen derecho a defenderse de las agresiones. Si alguien cree que lo que ha hecho Putin enviando un ejército de ocupación de 200.000 soldados a Ucrania no es una agresión, que lo diga, que defienda esa idea y se arriesgue a sostenerla. Es cierto que Rusia tiene sus razones y argumentos, pero no hay razón que justifique aplastar a un país simplemente porque se tiene la fuerza de hacerlo, sin importar la desgracia y dolor que eso provoque. Que nadie se ampare ante palabras mágicas como ‘diálogo’ o ‘paz’, no hay dialogo que pare este crimen horrendo de Putin, el tercero tras los cometidos en Grozni y Alepo. Tampoco sirve de mucho denunciar que entonces Occidente no reaccionó como ahora. Es cierto, y ese es nuestro pecado, pero también es razonable responder con más fiereza cuanto agreden a un primo o un hermano, a uno de los nuestros, antes que a alguien que nos es más extraño. Somos humanos y construimos nuestros vínculos en la proximidad. Y Ucrania está más cerca que Chechenia y Siria.

     

    Estoy harto de todo este cinismo: del cinismo asesino de Putin, del de quienes piden paz y diálogo sobre las cenizas de un pueblo abrasado, del cinismo calculador y oportunista de China… Pero también del miedo de Occidente a implicarse de verdad en esta nueva pelea entre la civilización y la barbarie, entre la libertad y la tiranía. Y también estoy harto –muy harto- de la estupidez y miseria que demuestran gestos como el de la Filmoteca andaluza.

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