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Il signore sin techo


Por Guillermo Uruñuela

 

Un día más lo veo en su lugar de trabajo. Allí se encuentra sentado, defendiéndose del sol rudimentariamente con una sombrilla agujereada y descolorida. Su semblante es tranquilo, su mirada noble y en ese momento en el que nos saludamos, sitúa las piernas debidamente cruzadas generando una estampa elegante pese a todo lo que la rodea.

 

Me llamó la atención desde el primer momento en el que lo vi, mientras me indicaba serenamente dónde aparcar mi coche. Sus modales eran impropios de su cometido y acabé por confirmar mis sospechas cuando finalizó su particular menester. Se alejó de la ventanilla del auto y, girándose unos pasos más adelante, me deseó una buena mañana con su particular español teñido intensamente de matices itálicos, antes de continuar su camino.

 

Horas más tarde, tras la jornada laboral nuevamente nos cruzamos. Él me indicó, nos despedimos y desde entonces, lo veo cada día de sol a sol allí presente.

 

Decidido, con cierta dosis de osadía y de curiosidad por conocer su historia, me aproximé para mantener una charla con él. Se sorprendió en primera instancia al verme allí de repente sentado a su lado alargándole mi mano a modo de presentación.

 

El caballero disfrazado de mendigo me estrechó con firmeza su mano y comenzamos a charlar. En verdad, así de primeras, se encontraba desconcertado por no saber muy bien cuál era el fin de mis palabras. Y le expliqué que simplemente quería hablar. Siempre es interesante dialogar y, por norma general, las conversaciones más enriquecedoras son aquellas que transcurren en sitios extraños con personas desconocidas.
La cosa duró unos quince minutos. No guardo los pormenores de aquella conversación que transcurrió hace ya bastantes meses. Incluso su nombre no está en mi mente pero quizá eso sea lo de menos. Sí recuerdo que fuese alguno que me condujo directamente a los viñedos de la Toscana, que en Italia se dedicaba a la creación de zapatos artesanos y que, por sus palabras, provenía de una familia acomodada.

 

Un compañero que también plasma es estas páginas su opinión utilizó hace no mucho su espacio para saldar una deuda personal. Creo que los artículos tienen que servir o bien para hacer reflexionar o para aportar ideas novedosas, pero nunca los había afrontado de esa manera. Por eso aprovecho estos cuatrocientos caracteres para quedarme en paz conmigo mismo y escribir un artículo que le prometí hace muchos meses a un caballero que duerme en una tienda de campaña.

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