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La censura de Abascal

Francisco Pomares

 

Lo cierto es que la noticia es la ausencia de noticia: porque está meridianamente claro que la censura de Abascal contra Sánchez no tiene posibilidad alguna de prosperar. Daría igual que el PP la votara, que la votara Ciudadanos y que la votaran todas las fuerzas que no son de izquierdas o independentistas. La moción no cuenta ni puede contar con votos suficientes para ser aprobada. Es apenas una operación de marketing político, otra más, en esta legislatura marcada por una pandemia que ayer nos trajo el millón de contagios en España. Un millón de infectados y 50.000 muertos usados como munición parlamentaria, en el espectáculo menos edificante que el Congreso de los Diputados nos ha ofrecido desde el golpe de Estado de Tejero.

 

Una censura inútil en un momento terrible. Pero no es inútil porque no pueda ganarse. En la historia de la reciente democracia española, ninguna de las cuatro mociones de censura se planteó para ser ganadas, sino para proyectar la imagen de un dirigente: Felipe González en 1980, cuando ya era evidente que los españoles se habían cansado de los apaños y conflictos ucedeos. La del olvidado Antonio Hernández Mancha en 1987, que acabó por estampar al PP contra la realidad de once años más de felipismo. La de Pablo Iglesias contra Rajoy en 2017, una operación sin consecuencias, una demostración de la vacuidad de la nueva política. Y finalmente la censura de Sánchez en 2018, que salió contra todo pronóstico, gracias a la inesperada decisión del PNV de apoyarla. De todas esas mociones, la de Iglesias contra Rajoy es la más parecida en su formulación e intenciones a esta de Abascal de ahora. Porque lo que persigue Abascal no es tumbar al Gobierno sino proyectar su protagonismo sobre el electorado del PP.

 

Sin duda, Abascal va a tener un protagonismo mediático importante, y podrá seguir removiendo la rabia y el dolor que la pandemia y la crisis económica han provocado. Pero es poco probable que le proporcione el liderazgo primus inter pares que busca en el electorado de la derecha, como tampoco se lo ofreció a Iglesias entre la izquierda cuando protagonizó idéntica operación. El griterío de Abascal, su discurso populista, la nostalgia agresiva en nombre de un pasado que no fue mejor, o sus peroratas xenófobas, fraccionan el bloque conservador y afianzan la alianza imposible pero cierta de las fuerzas políticas que sostienen al Gobierno Sánchez, favorecido en última instancia por la polarización de un país que se hunde en el enfrentamiento, la ineptitud y la revancha, en un momento en el que solo las consignas publicitarias de Iván Redondo hablan de unidad.

 

Abascal cree que su moción de censura tiene utilidad para relanzar un partido –Vox- entregado al teatro político. Pero el teatro gritón de Abascal solo favorece a Sánchez. Facilita su discurso. Empuja a los moderados a las filas de la izquierda radicalizada. Crispa aún más a una nación agotada por la enfermedad y aterrada ante la ola de pobreza y miseria que viene.

 

Abascal no es el nuevo líder de la derecha, ni siquiera de la más ultramontana. Puede creer que lo es, pero lo que realmente es Abascal es la garantía de que vendrán más años de Gobiernos incompetentes, liderazgos mediocres y confusión ideológica. Abascal es el seguro del populismo de izquierdas.

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