PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

La felicidad: objetivo del Milenio


Por Gloria Artiles

 

Nos pasamos el día hablando de planeamientos territoriales, ordenanzas municipales, innumerables leyes, decretos y normativas varias a las que tiene que someterse la gestión pública, pero aquí nadie conoce la Resolución 65/309 aprobada por la Asamblea General de la ONU, del 19 de julio de 2011, donde directamente invita a los Estados miembros “a que emprendan la elaboración de nuevas medidas que reflejen mejor la importancia de la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo con miras a que guíen sus políticas públicas”.


Es más, la citada resolución declara, literalmente, que la Asamblea General de Naciones Unidas es “consciente de que la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental” y que es “conocedora de que la felicidad, como objetivo y aspiración universal, es la manifestación del espíritu de los Objetivos de Desarrollo del Milenio”. Admite que “el indicador del producto interno bruto, por su naturaleza, no fue concebido para reflejar la felicidad y el bienestar de las personas de un país y no los refleja adecuadamente” y además reconoce “la necesidad de que se aplique al crecimiento económico un enfoque (…) que promueva el desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, la felicidad y el bienestar de todos los pueblos”.


¿A qué estamos esperando entonces? Encuentro incomprensible cómo en pleno siglo XXI, y con los indudables avances democráticos, culturales, tecnológicos y materiales que la humanidad en esta parte del mundo ha experimentado, a día de hoy todavía la clase política de forma generalizada (a excepción de algunos pocos individuos más conscientes) no haya comprendido, con toda la profundidad que ello requiere, que la felicidad es la máxima aspiración de todos los seres humanos que integran la sociedad para la que gobiernan (incluidos ellos mismos), y que no hay ningún otro propósito más importante en la vida que ser feliz. Por tanto, emprender en las políticas públicas iniciativas y proyectos medianamente serios, dirigidos a la felicidad de los ciudadanos y al desarrollo de los valores genuinamente universales de sabiduría y bondad, debe ser ya contemplado como un fin de la gestión de gobierno tan legítimo, o incluso más, como lo pueda ser implantar planes de movilidad, acometer un cambio de modelo energético sostenible y respetuoso con el entorno, aplicar leyes de igualdad de género, llevar a cabo planes de reasfaltado, campañas de concienciación de limpieza, arreglo de farolas en mal estado o construir escuelas y hospitales, por citar sólo algunos ejemplos.


Necesitamos, de forma más urgente de lo que parece, gobernantes lúcidos que se den cuenta de la necesidad imperiosa de abordar la gestión institucional no exclusivamente desde parámetros objetivos y cuantitativamente medibles, sino sobre otras variables que afectan directamente a la experiencia subjetiva de paz y bienestar. Y creo honestamente que uno de los mayores retos a los que se enfrenta la política del siglo XXI es iniciar una innovadora línea de gestión institucional, superadora de la habitual concepción de la misma hasta ahora limitada a los ámbitos tradicionales de gobierno, sin que en modo alguno signifique la exclusión de éstos, sino que amplíe y complemente las prestaciones convencionales. Nuevas líneas de actuación política que, llevando los avances y valores universales al ámbito local, nos sitúen en el I+d+i de la Consciencia y en la vanguardia de la evolución humana aplicada a las políticas públicas. Innovadoras líneas de gestión, transversales a los partidos y superadoras de las ideologías, porque atañen a lo que nos une a todos, la búsqueda de la felicidad, al margen de nuestras siempre parciales visiones ideológicas de cómo consideramos que debe ser el mundo.


Aparte del retrato del Rey, las banderas que nos identifican y las fotos con el bastón de mando, en los despachos de nuestros políticos debería presidir esta resolución de la ONU, y enmarcada bien grande. Y si no encuentran sitio, yo al menos la colocaría de fondo en las celebraciones de las sesiones plenarias, para recordar a nuestros representantes lo verdaderamente importante: que sean felices y que, guiados con noble vocación de servicio, trabajen para que también podamos serlo los ciudadanos.

Comentarios (2)