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La hoguera de las vanidades

Por Álex Solar

 

 

La literatura, esa “verdad de las mentiras” que dice Vargas Llosa, nos muestra a seres condenados por el destino en un instante de sus vidas, por un error fatal, una indecisión o una cobardía. Sherman Mc Coy, el bróker de La Hoguera de las Vanidades de Tom Wolfe, oculta a la justicia el atropello de un joven negro porque en ese momento el coche lo conduce su amante y no desea quedar en evidencia ante su esposa y sus importantes relaciones sociales. Este Master of the Universe neoyorquino acaba mal, como podía esperarse y toda su vida de esplendor mundano se derrumba súbitamente cuando una atroz campaña de intereses se desata alrededor de este incidente. Cosa parecida le ocurre al héroe de Conrad, Lord Jim, un capitán británico que abandona al pasaje, compuesto en su mayoría por musulmanes, en medio de una tormenta. El barco aparece más tarde sano y salvo y Jim es degradado por un tribunal. Más tarde se le vagando por los puertos de Asia, como un paria, esperando la acción salvadora, el giro heroico de su vida que le permitirá la redención de su culpa, que es finalmente la muerte a manos de un grupo de piratas.

 

Estos personajes de ficción, que por otra parte tienen su inspiración y correspondencia en seres reales (Jim era el trasunto ficticio de James Brooke,el Rajah de Sarawak) ejemplifican la tragedia del individuo que, en un momento que pasa como un relámpago cegador por su conciencia, toma la decisión equivocada echando por la borda una vida de virtudes ciudadanas o públicas. No es el caso de los corruptos que caen en desgracia tras una vida de latrocinios, pues en ellos hay una deliberada ocultación de su mala conducta, como los adúlteros que dicen que “fue un desliz momentáneo y voy a pagarlo toda la vida”. La peor condena es la vindicta pública, y así es como Mc Coy es aniquilado por una campaña mediática detrás de la cual hay un pastor evangélico negro y un periodista canalla.

 

En los villorrios africanos bajo la franja del Sahara, el robo y el pillaje es una práctica generalizada. Pero pobre del desgraciado que sea sorprendido in fraganti con un racimo de plátanos ajeno, porque lo lapidarán o lo reventarán a palos en plena calle. La historia de Sherman Mc Coy y la de Lord Jim muestran que vivimos en una sociedad de lobos, de tartufos, hambrientos y sedientos de sangre ajena. Con nuestro ojo lleno de vigas y pendientes de la paja en el ajeno.

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