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La humildad de un minero y la sabiduría de un filósofo

 

Andrés Martinón

 

España se jugaba su futuro en unas elecciones y en dos debates. Los cuatro candidatos de las cuatro principales fuerzas del país se presentaban ante sus atriles impecables: bien vestidos, cada uno a su manera y jóvenes, sobre todo jóvenes. El mayor de los cuatro tiene 47 años y el menor 38.

 

Me gusta eso de que la juventud es maravillosa y que el futuro es de ellos. Pero percibo cierta prisa en los políticos de hoy en día. Veo a los candidatos con poco recorrido laboral y vital. Llegan a sus puestos después de imponerse en primarias en las que por guerras ajenas entre bandos acaban ocupando puestos con tal de que no lleguen otros candidatos más lógicos, si se tiene en cuenta su recorrido.

 

Recuerdo cuando no tendría más de 14 años ver una entrevista en televisión en la que tres periodistas intentaban acorralar a Josep Borrell. Este grande de la política nacional no era ni secretario general del PSOE ni candidato a la presidencia ni si quiera ministro. Era director nacional de Hacienda pero ya se tenía que curtir. No sólo en ese tipo de entrevistas, sino, sobre todo, en el ejercicio de su carrera. La de gestor, economista, futuro ministro y referente político nacional .

 

 Me empiezo a hacer mayor y me gusta creer que las oportunidades están por llegar y no sólo cuando tu físico está radiante. He de reconocer que cuando veo que personas como Theresa May, José Mújica o Angela Merkel han estado en la cúspide de la política mundial, algo en mi interior se alegra.

 

Veía el otro día un documental sobre la vida de César Manrique y me llamaba la atención que César regresó de su periplo neoyorquino a los 48 años. Es decir, todavía con esa edad no había diseñado ninguno de los grandes centros turísticos por los que ha sido catapultado al olimpo de los dioses del arte.

 

He entrevistado a mucha gente. Jóvenes audaces y personas de todo tipo. Pero he de decir que son varias las personas que me han llamado poderosamente la atención por un embrujo especial; por un talante extraordinario; por una superioridad legítima: la superioridad que da lo verdadero y lo autosuficiente.

 

 

Me refiero a personas como el ya fallecido Juan Brito, mi querido amigo Larry Yaskiel o todo un desconocido como Carlos Dizzy. Hablar con ellos te sorprende. Todos tiene en común la humildad de un minero y la sabiduría de un filósofo. Y dando por hecho una inteligencia superior a lo normal, valoraría la mesura de una vida desarrollada desde el trabajo y desde el conocimiento de lo que cuestan las cosas.

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