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La inquerencia de López Aguilar

Por Francisco Pomares

 

López Aguilar quería volver. Toda la noticia cabía en cuatro justas palabras, que son las que se repiten desde hace un mes en mentideros, capillas y redacciones, entre largos mentís afirmatorios y complejas negativas hiperbólicas del propio. Al final, tal cual se preveía, Pedro Sánchez no le ha dejado salir de la jaula de oro de Bruselas, y ha seguido apoyando la continuidad como diputado al Congreso de ese diputadín pret-a-porter que es Chano Franquis, un prometedor joven de 54 añitos a quien el PSOE grancanario le debe lo que es hoy. López Aguilar anda ahora firmando dignas proclamas para quejarse por el ninguneo. Y no sé de qué se queja, si le han ahorrado el camino de vuelta y el de regreso. Porque no estamos ante una novedad, sino ante la confirmación de una tendencia vital: desde que López Aguilar dejara el Ministerio de Justicia para ser candidato a la Presidencia del Gobierno de Canarias, allá por 2007, su historia se resume en la de un hombre que cuando no está aquí quiere volver, y en cuanto vuelve quiere irse. Dicho eso, he de decir también que yo comprendo la inquerencia de López Aguilar por la política canaria: lo de aquí es de poco vuelo, rastrero, cuando no calabrés o gallináceo, como él mismo se encargó de reiterarnos más de una vez. Aunque no necesariamente más calabrés o gallináceo que en otros territorios y regiones en los que hay mayorías instaladas desde la noche de los tiempos.

 

La cosa es que López Aguilar tuvo la suerte de aterrizar en Canarias (hace ahora casi diez años) en un momento en el que millares de isleños querían un cambio, y tuvo la habilidad de conectar con ellos, fueran o no de su partido. Y es que López Aguilar da muy bien de lejos. Votarle es muy fácil, tratarle resulta bastante más complicado... O sea, que ganó López Aguilar las elecciones de 2007 y en un país menos miserable, quizás se le habría dado la opción de demostrar si sirve o no para eso de gobernar. Descubrir que iba a mandar Paulino en un pacto con Soria, que no le iban a ofrecer la oportunidad de construir su propio Gobierno, le cambió el carácter y agravó su absoluto desprecio por la política canaria, sus personajes, sus mecanismos y sus claves, hasta convertirlo en un desprecio casi universal hacia el mundo y sus rutinas. Aunque antes de irse, hay que decirlo, tuvo tiempo de apoyar los presupuestos del paulinato, porque Zapatero tuvo esa ocurrencia, y a Zapatero no iba a llevarle la contraria López Aguilar. A partir de ahí, todo ha sido una permanente colección de huidas más o menos vergonzantes y camufladas. Se fue a Madrid primero, y luego a Bruselas, y cada uno de sus pasos alejándose de esta realidad canaria que detesta, lo adornó con un corolario de explicaciones que lo único que evidencian es una concepción muy personalista de su propio desempeño como político. Al final, casi una década después de su primera ida y vuelta, lo que deja López Aguilar en herencia a sus muchos electores es una maquinaria política -el PSOE canario- completamente acobardada por un discurso que niega el valor político de casi 40 años de historia instalado en el paisaje del poder en Canarias. Con luces y sombras, como todo. Es lo mismo que ocurre en el resto del país, aunque allí no tienen a alguien como López Aguilar para irse y volver cada tanto y cuanto y amenizarles el patio con sus errores de cálculo y sus malos humores.

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