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La noche de los ganadores

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 


Ángel Víctor Torres había hecho sus cuentas y sabía que todos podían sumar 36

 


El Gobierno iba a depender de un socialista expulsado del partido. La peor cuña es siempre de la misma madera

 

Volvió a mirar la hora: las dos menos cuarto del lunes 27. Demasiadas horas, y las cifras aun bailando en la app del Ministerio del Interior. Estaba ya cansado de mirar los votos en su ipad, mil votos arriba, mil votos abajo. Desde las ocho de la tarde, atrincherado en la sala del Alfredo Kraus alquilada por el PSOE para meter a la gente de las campañas, separado de los periodistas y de la sala reservada para Ángel Víctor Torres y los suyos, Luis Ibarra las había visto pasar ya todas. Primero, el discurso de Augusto Hidalgo, celebrando el triunfo del PSOE y la reencarnación del tripartito progresista. Hidalgo había intervenido antes que López Aguilar, a pesar de que el recuento para el Ayuntamiento de Las Palmas empezó después que el de las Europeas, porque hubo que esperar a que se contaran las mesas de toda España para cantar los resultados de Estrasburgo y que López Aguilar -castigado en la cola de los posibles por no ser sanchista- respirara por fin aliviado. Hidalgo fue el primero, pues, en hablar. Y lo hizo más hinchado que un pavo, acompañado por su mujer y su hija. Al rato le tocó a López Aguilar, y aunque los datos iban llegando, y ya se sabía que el PSOE había logrado los terceros mejores resultados de su historia, Ángel Víctor mantuvo la tensión, y no salió a hablar hasta bien entrada la madrugada, después de que lo hubieran hecho los líderes de los otros partidos.

 

Se torcieron las cosas

 

Y fue cuando le tocaba a Román Rodríguez cuando se torcieron las cosas: Ibarra andaba entonces medio muerto de hambre, pendiente de encontrar un bocadillo. La avalancha de gente había sido tan grande que las provisiones del catering se habían desvanecido en muy poco tiempo. Pidieron más provisiones, porque una fiesta sin combustible desmerece mucho, pero tardó en llegar. Ibarra seguía pendiente de sus cifras, que le daban ganador a los puntos en el Cabildo frente a Antonio Morales.

 

Esa victoria se mantuvo así toda la noche, y los mayores le decían que con el 75 por ciento escrutado ya la cosa no iba a cambiar. Hasta que el recuento -superados los dos tercios de los votos escrutados-, dio el primer vuelco. Ocurrió mientras él bizqueaba mirando al mismo tiempo las ahora repletas bandejas del catering y la tele, en la que Román se congratulaba en directo de haber logrado mantener sus cinco diputados, y en eso surgió de la pantalla un grito, casi un rugido de alegría, que impidió a Román seguir hablando. Pero no le importó: los suyos aplaudían porque Morales se colocaba unos pocos votos por delante de Ibarra, y de pronto el ansia de bocata se le esfumó del todo, y el último tramo de la noche se hizo muy muy largo.

 

Ángel Víctor también escuchó el rugido. Estaba de acá para allá, de la sala de campaña a la sala de la ejecutiva, tomada por toda su familia, con Ivana, su mujer, su padre, sus hermanos y primos, más los viejos rockeros del agrosocialismo, y su gente de más confianza: Ramón Morales, Nayra Alemán, Nira Fierro, Elena Máñez? pasando de una a otra, de sala en sala, dando un rodeo por un patio para no atravesar la de prensa, felicitando a los ganadores y dejándose querer en la noche de su victoria. Hasta que Román fue interrumpido por aquél grito y supo que las cosas podían ponerse más difíciles.

 

Cuando salió -ya bien entrada la madrugada- a cantar su victoria, sólo faltaban los datos de los cabildos. Fue la suya una intervención sin duda estudiadamente presidencial, incluso algo americana: abrazado a su mujer, con el puño en alto, recibiendo el aplauso cerrado de los suyos, y arropado por los gritos de ¡¡¡Presidente, Presidente!!! Recordó los datos del triunfo: "hemos pasado de 15 a 25 diputados", dijo. Y luego le salió el pronto pedagogo: "que son diez diputados más". "La mayoría de canarios de las ocho islas ha votado cambio para Canarias", y por eso anunció su intención de iniciar conversaciones "con quienes comparten las ideas de cambio" y "de poner por delante las necesidades de las personas". Los suyos le aplaudieron a rabiar.

 

Pero él sabía que su victoria no había sido la del PSOE canario, sino la de Pedro Sánchez. Su amigo Sánchez, el secretario general por el que siempre apostó, le había regalado al PSOE isleño un espectacular resultado. Pero eso no bastaba para gobernar. Ángel Víctor Torres habías hecho sus cuentas, y sabía que todos podían sumar 36. El Gobierno iba a depender del gomero Curbelo. Un socialista expulsado del partido, la peor cuña es siempre de la misma madera.

 

Se tuercen los cabildos

 

Esa noche, la noche en la que todo empezó a cambiar, el PSOE perdió el Cabildo de Gran Canaria. Un hambriento Luis Ibarra, incapaz de atacarle al bocadillo que ahora sí tenía a mano, aguantó hasta las dos y media de la madrugada, convencido hasta el último momento de que los votos que faltaban por contar eran los de la ciudad de Las Palmas. Confiaba en que las cosas se dieran la vuelta, y la capital acabara por entregarle unos poquitos miles de votos más al PSOE, los suficientes para que el Cabildo cayera de su lado, pero no fue así: los últimos votos en entrar, los que le dieron el triunfo a Morales, fueron los de Guía y Gáldar, y confirmaron lo que nadie quería creer en el PSOE: el quíquere Morales perdía parte de sus plumas pero resistía empatando con el PSOE y ganando la pelea por un puñado de papeletas. Para desalojarlo, sería necesaria una moción de censura, y eso iba a complicar mucho las cosas. Después de reconocer su derrota a las dos y media de la mañana, cuando ya todo el mundo estaba durmiendo y las televisiones habían recogido sus cámaras, Ibarra se fue a dormir con la sensación de que le habían quitado algo que había sido suyo.

 

En Tenerife, en el Hotel Escuela, los socialistas seguían aguantando: Patricia Hernández había logrado los mejores resultados de la historia del PSOE en Santa Cruz, doblando los votos de 2015. Una verdadera proeza, pero que no logró desbancar al alcalde Bermúdez, que también mejoró sus resultados y quedó un concejal por delante del PSOE.

 

Y luego estaba lo del Cabildo: la concesionaria contratada por Interior para contar los votos y ofrecer los resultados la noche electoral, una UTE formada por las empresas SCYTL y Vector que había pujado a la baja para ganar el encargo, la pifió en varias circunscripciones y una de ellas fue Tenerife. El recuento se cerró a las cuatro de la madrugada, cuando los informáticos decidieron irse a dormir, con sólo el 98 por ciento escrutado, y con una diferencia entre las listas encabezadas por Carlos Alonso y Pedro Martín de menos de mil votos y apenas un cuarto de punto.

 

¿Quién iba a ganar?

 

No había manera de saber a ciencia cierta quién iba a ganar, pero si se sabía quién era el principal culpable de aquél empate virtual: Casimiro Curbelo. El ex socialista sólo detesta a dos personas: uno es su antiguo pupilo, Julio Cruz, mandamás del PSOE en La Gomera. El otro es el presidente de los socialistas de Arona, Agustín Marichal, constructor y hotelero que cuatro años atrás financió el buzoneo en todos los domicilios gomeros de un brutal panfleto difamatorio contra Curbelo. Después de arrasar en 2015 en La Gomera (a pesar del PSOE y del panfleto), Curbelo había decidido crear con amigos del Sur de Tenerife un partido destinado a quitarle al PSOE en Arona unos cuantos miles de votos. La operación no le funcionó demasiado bien: la flamante Agrupación Socialista de Tenerife, clon de Aseregé, su Agrupación Socialista Gomera, apenas logró rascar algo más de un millar y medio de votos en Tenerife, y no pudo impedir la arrasadora victoria del alcalde de Arona, el socialista Julián Mena. Pero le quitó a Pedro Martín esos 1500 votos que iban a volver a convertir a Carlos Alonso en presidente del Cabildo tinerfeño.

 

La noche de la victoria, con los socialistas felices hasta las trancas, Luis Ibarra y Pedro Martín no lo estaban en absoluto. El primero se sentía derrotado y pensaba en cómo articular una censura contra Morales. El segundo volvió a su casa aquella madrugada enfadado como un chino. Por la TF1, camino de Guía de Isora, al volante de su coche, pensaba en Alonso y en los responsables del desaguisado del recuento. Pero sobre todo en Curbelo.

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