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La verdad desnuda

Por Álex Solar

 


Escucho y veo en la pantalla a periodistas, líderes políticos, gente de la diaria actualidad, y no me convencen. Menos aún que los anuncios publicitarios que intentan persuadir acerca de las bondades de alimentos, cosméticos y automóviles con las últimas tecnologías (esos que aparcan solos y nos mantienen en eterna comunicación para mayor seguridad, dicen). Tengo sed de verdad y como en la canción legendaria de los Rolling Stones, no obtengo satisfacción.

 

El discurso pablista, el de los dientes desnudos, me parece otra artimaña que disfraza el talante estalinista de quien lo proclama; lo mismo que el errejonista, buen aprendiz de una socialdemocracia agónica. El pedrista y su negatividad misteriosa (no a la investidura de Rajoy, no a las elecciones de nuevo) es simplemente abstruso. La calma del presidente en funciones es igualmente incomprensible y enigmática. Responde a una estrategia, que él mismo reconoce de manera tácita pero no revela.

 

Lactancio, retórico del S. IV, hablaba de una verdad desnuda querida por Dios, sin afeites y bella por sí misma. En el S.XV , Pico Della Mirandola se pregunta sobre la posibilidad de que una joven honrada se pinte el rostro, con el objeto de hacer una crítica a la filosofía proclive a enmascarar lo verdadero a través del lenguaje.

 

Roger Bacon define a la verdad como “una luz diurna” en contraposición a las tácticas de la ocultación, similares a la luz artificial de los candelabros. Rousseau en su búsqueda de la verdad pretendía mostrarse al desnudo , en su interior, confiado en que el hombre revelaría su auténtica naturaleza sin los ropajes impuestos por la sociedad. Marx prosigue en esa idea y en el Manifiesto Comunista habla del “interés desnudo”, único vínculo establecido por la burguesía entre los hombres: ”Ha transformado al médico, al jurista, al cura, al poeta, al hombre de ciencia en asalariados”.

 

¿Sería posible vivir en un mundo donde imperara la mentira absoluta? Me temo que de alguna manera se necesitan las ambigüedades y las verdades a medias. Verdadero o falso no es nada y lo es todo a la vez. El lenguaje nos traiciona, nos resulta insuficiente para abarcar la realidad. Cuando terminamos de expresarnos siempre habrá alguien que termine nuestro discurso interpretándolo a su amaño. Hará hincapié en nuestras omisiones porque al hablar debemos tener claro que renunciamos a decirlo todo y aceptamos el riesgo de ser malentendidos.

 

Aún así, anhelamos a veces la verdad desnuda, mal que la dama se oculte bajo siete velos y nos relegue al papel de voyeurs, nunca de amantes.

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