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Lo que hay

Francisco Pomares

 

Tenerife supera ya los 10.000 infectados por el Covid desde el inicio de la enfermedad, y Canarias acumula cerca de 23.000. Casi 5.000 de esos casos diagnosticados se mantienen activos, 43 de ellos en UCI, 262 hospitalizados en planta y 4.400 aislados en sus viviendas. La segunda ola de la pandemia –iniciada con virulencia en el mes de agosto– ha disparado los contagios, pero no el miedo. Es curioso cómo nos adaptamos a todo: la mayoría intenta vivir una situación absolutamente anormal, bautizada en neolengua como nueva normalidad, pensando que la enfermedad no pasará demasiado cerca, no nos rozará. Es una expectativa idiota: con un uno por ciento de diagnosticados, es obvio que la enfermedad está ya en todos lados. Y donde no ha llegado aún llegará sin duda antes de que empiece a generalizarse el uso de la vacuna, algo que –muy probablemente– no empezará a ocurrir hasta que acabe la primavera.

 

Todo indica que conviviremos con la pandemia al menos un año más. Después, si la vacunación global hace su efecto, esta gripe asesina podría ser domesticada, que no definitivamente vencida. Las hipótesis más optimistas contemplan la incorporación del Covid a la gripe estacional, pero eso sólo son especulaciones de los epidemiólogos. Por desgracia es poco lo que se sabe sobre cómo evolucionará la enfermedad ante la vacuna. Por eso, mientras dure esto, hay que intentar hacer todo lo posible por contener la expansión de los contagios. Y eso requiere hacer las cosas de otra manera.

 

Por lo que se refiere a nosotros, lo primero es cumplir con las tres reglas básicas: distancia, lavado de manos y uso de mascarillas, especialmente en interiores, donde nadie nos ve. Recordar que quien más posibilidades tiene de contagiarnos es el cercano, y que no hay que bajar nunca la guardia. Reducir las salidas y las interacciones. Renunciar al contacto con aquellos con los que no convivimos.

 

Y por lo que se refiere al Gobierno, a los gobiernos: plantear medidas claras, dar explicaciones sencillas, adoptar decisiones rápidas y certeras, evitar las contradicciones, exigir lealtad entre partidos e instituciones y rechazar que el politiqueo miserable y la crispación se conviertan en la práctica de quienes nos mandan.

 

Pero ni nosotros ni nuestros gobiernos estamos haciendo nada de lo que debiéramos hacer: a nosotros se nos agota la capacidad de resistencia, tendemos a conformarnos ante el riesgo. Y los gobiernos y partidos no logran salir de su ensimismamiento, andan enfrascados en el regate corto, el cálculo electoral y el daño al adversario.

 

 

Y las malas noticias se acumulan: el consumo no crece, la deuda se dispara, peligran las políticas del bienestar, el Estado se deshace, el turismo se empantana, Reino Unido regresa a la cuarentena, Madrid desautoriza el uso de antígenos apenas unas horas después de publicarse el decreto de Canarias, la administración sigue ociosa, la política no eleva el vuelo… Si todo va bien, nos queda probablemente un año más de inseguridad ante esta lotería infecciosa, un año de espera, de muertes en goteo, de economía lastrada, de pérdidas de empleo, de sufrimiento, desigualdad y pobreza creciente.

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