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Los juegos y los fuegos de agosto

Por Álex Solar

 

 

Los juegos olímpicos han terminado, felizmente. Y no es que me alegre, que también, sino porque han demostrado que las mujeres españolas son unas excelentes atletas. Doña Ruth y Doña Maialen, mujeres doradas (por sus medallas) han escogido las pistas o la piragüa, que dan más satisfacciones que los fogones y la vida doméstica. Un ejemplo para las más jóvenes, también.

 

Los fuegos de agosto, el mes con más divorcios según el INE, son otra cosa. Soporto muy mal las altas temperaturas, nací en un país frío y lluvioso y mi piel se acostumbró a la lana, al fuego del hogar. Me gustan los días nublados y mi ideal de vacaciones nunca ha sido una playa de aguas color turquesa con palmeras. La televisión, el opio de los pobres, tampoco me consuela en este obligado encierro doméstico para escapar del astro rey, pues allí hay bodrios como esos encuentros de personas buscando amor en el sitio menos apropiado en el programa del señor de la ceja (el otro), que hace de maître en un restaurante donde tras pagar la cuenta no solo les quitan dinero a los comensales sino su dignidad. Confieso haber asistido a este avieso cortejo en el que los varones declaran un interés que no es tal, lo mismo que ellas. Pues ellos buscan sexo, y ellas algo que no existe: alguien que las divierta, que sea solvente (si es joven, que no viva con sus padres, si es maduro, que no esté hipotecado por anteriores relaciones con hijos) y que esté en plena forma, a cualquier edad. Lo cual es bastante pedir en este tiempo que nos toca vivir y que aborrezco absolutamente por su mediocridad insolente.

Cada vez me convenzo más de que mi alma se quedó en los años 70, época en la que el mundo vivió las más grandes y decisivas transformaciones. La música (la psicodelia y el rock duro, el punk, el reggae), su moda, los movimientos sociales (los hippies, la rebelión de las minorías raciales, el feminismo, los gays, etc.) fueron el escenario de mi juventud, y me temo que me he quedado anclado, lo noto en el embeleso con que vuelvo a visionar viejas películas de la época, con grandes actores desconocidos para las actuales generaciones, como Elliot Gould . Se me cae la baba recordando esos pantalones acampanados, los coches coludos americanos, cuando no existían los teléfonos móviles ni mucho menos Internet.

 

En esos años también pasaron cosas malas. Los Juegos Olímpicos de Munich, tuvieron un trágico resultado y en éste los de Río acabaron bien, y lo que es mejor, con una cosecha de oros españoles para subir la maltrecha moral. Ojalá dure, y que vuelva el frío, ya que los 70, para mi desgracia, nunca retornarán.

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