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Los ocupas, los estudiantes vagos y los mensajes de las tazas

Mar Arias

 

Comienzo a no entender nada. Pero nada de nada. Resulta que, si un señor se mete en tu casa, en tu casa, esa que sigues pagando después de veinte años al banco, con una hipoteca que parece que no tiene fin, la única casa que tienes y en donde vives con tus hijos, se la puede quedar. El señor se la puede quedar porque, oye, igual es que la necesita el hombre. Tú eres mileurista y te está costando sudor y lágrimas pagarla, pero a él le viene bien, y se la queda. Así, como suena. Y la Ley lo apoya y no hace nada por devolverte lo tuyo. Es más, tienes que seguir pagando la casa que está ocupando ese señor Okupa.

 

Vale. Aceptamos pulpo…

 

También resulta que si un niño no pega un palo al agua y no le interesa aprender. La culpa es del sistema. No de él, que no tiene ningún interés por formarse y mejorar. No, la culpa es del Estado, del profesor, de los padres, de cualquiera menos del niño. De hecho, el objetivo es que el profesor trate de no suspenderlo. Porque oye, si la criatura tiene menos medios, por supuesto, hay que tenerlo en cuenta, hay que dárselos y facilitarle en todo lo posible los estudios para que tenga las mismas oportunidades que los demás. En ese caso, sí, pero si el problema es que es un jeta y no hace nada… pues, hombre, no sé yo, aprobarle porqué sí... Pero ya digo que yo no entiendo nada.

 

Otro capítulo.

 

La gente va por la vida subiendo vídeos a redes sociales en los que gritan que no existe el covid, que las mascarillas no hacen falta, y que somos todos unos memos porque en realidad, esto es una gripe y poco más. Y se cabrean si las autoridades les exigen que lleven la mascarilla… porque tienen sus derechos… los de los demás, se ve que no importante tanto, pero los suyos, esos sí.

 

Yo llevo un año entero sufriendo a diario las cifras de contagios, muertes y altas del coronavirus, pero me tengo que callar la boca cuando alguien comenta, a través de mi medio, que nos las inventamos. Que todos los muertos se han muerto de otras cosas…

 

La isla vive un cero turístico absoluto que hace dos años no nos hubiéramos podido creer, aunque nos lo hubieran jurado. Pero aún así, hay quien dice que es todo mentira.

 

Algo falla.

 

Algo nos falla como sociedad, y como sistema desde el momento en que creemos estar en lo cierto en todo. Creemos que todas nuestras opiniones son ciertas y veraces, y no nos importa lo que opinen del tema los expertos en las diferentes materias. Nos erigimos en eruditos pensadores y nuestra única formación es lo que hemos oído en el bar de la esquina que, ahora mismo, sino tiene terraza, también estará cerrado.

 

Nos hemos creído aquello de que, si queremos ser millonarios, pues lo conseguiremos sin hacer nada para lograrlo porque lo pone en la taza en la que desayunamos.

 

No, no nos merecemos todo lo bueno, si no hacemos por ello. Si no trabajamos, nos esforzamos y tratamos de ser felices y hacer felices a los que están alrededor, no nos merecemos la felicidad.

 

Nada es gratis. Nada nos está prometido. Y la vida no es un campo de flores maravilloso. No. Eso no existe. La vida es una cordillera en la que hay que bajar y subir lomas, hay que esforzarse y nos regala momentos maravillosos, pero también reparte disgustos, penas y situaciones desastrosas. Es un poco cabrona la vida, para qué negarlo. Pero también tiene sus cositas buenas. 

 

Les voy a contar un secreto: les digan lo que les digan, los mensajes de las tazas… no se cumplen. De verdad, que no. 

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