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Manual de resistencia

 

Por Gloria Artiles

 

Tras haber pasado varias veces por unas cuantas maniobras de reanimación en las que el cadáver político resucitó contra todo pronóstico, a Sánchez debe de haberle bastado únicamente ocho meses en el poder para considerarse a sí mismo una leyenda viva con tintes épicos. Así que Sánchez se nos ha hecho un Winston Churchill en toda regla y nos ha legado sus memorias en las que ha volcado su extrema sapiencia plasmada en “su” libro `Manual de resistencia´.

 

Loa a la estulticia. La sociedad debería preguntarse por qué un tipo como Sánchez, de débil andamiaje intelectual, se atreve a todo sin que le produzca el más mínimo sonrojo. Así, con semejantes modelos a emular, avivemos y aplaudamos el circo de la farsa política, de la democracia adulterada, aupemos la superficialidad y la banalidad a la categoría de gobierno y no nos extrañemos entonces del surgimiento de esa nueva hornada de jóvenes políticos ególatras y narcisistas que también vemos en Lanzarote y  que proliferan como papas crías en este infértil campo político de cartón piedra. Un caldo de cultivo sobre el que algunos académicos y expertos empiezan a dar la voz de alarma. Y es que no es cuestión de un solo individuo ni mucho menos, y no está ocurriendo solamente en política. La sociedad anda desposeída de moral y hondura, quizá fruto, en parte, de las numerosas logses y sucesivas fallidas leyes educativas, un gran fracaso colectivo. Denigradas las humanidades, nos arrebataron la filosofía (y el latín) y nos hurtaron la facultad humana de ejercicio reflexivo y juicio propio. Ahí tienen el resultado: demasiados simplicíssimus en la esfera pública.

 

El manual de Sánchez no describe un proceso personal de resiliencia, como para más inri, algunos de su entorno se empeñan en repetir con la osadía propia de los necios. No. Es un manual de resistencia, sí, pero del Ego, me, mei, mihi, me. Fatuidad en estado puro. Si quieren leer un verdadero manual de resistencia, lean `El largo camino hacia la libertad´, el libro que escribió Nelson Mandela por las noches, burlando la vigilancia carcelaria, tras durísimas jornadas de trabajos forzados picando piedras. Y no fueron ocho meses de cómodos viajes en un Falcon, fueron 27 años de maltratos físicos y psicológicos, con interminables periodos de aislamiento. Lograr salir de aquel infierno, tendiendo la mano a sus opresores, y convertirse en presidente para acabar con las desigualdades entre seres humanos por su color de piel, eso sí es resistencia. Esa es la diferencia: resistir para mantenerse “uno mismo” en el poder, o resistir en pos de un ideal que le “trascienda a uno mismo” para luchar por cientos, miles o millones de personas. Al menos, no banalicemos con la resiliencia, es una palabra demasiado grande como para frivolizar con ella.

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