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Marruecos a lo suyo

Francisco Pomares

 

Un año después de la grave crisis diplomática que supuso la llegada a Ceuta de miles de jóvenes marroquís, y a pesar de los esfuerzos realizados por la parte de aquí, España no ha sido capaz de devolver la normalidad a sus relaciones con Rabat. El Gobierno de Sánchez se comprometió a auxiliar a Marruecos ante el desabastecimiento de gas argelino producido como consecuencia de la creciente escalada de conflictividad del reino con Argelia. Prometió ayudar a superar el bloqueo de los envíos de gas que Marruecos necesita para sostener la producción de energía y su actividad industrial. Pero esa promesa de ayuda no evitó la pasada semana los multitudinarios asaltos a la valla que protege la ciudad de Melilla, y que no se habría producido si Marruecos no se hubiera desentendido de la protección fronteriza, como suele ocurrir cada vez que decide mandar una señal a España. Entre el miércoles y el jueves intentaron saltar la valla cerca de cinco mil jóvenes, y a pesar de la contundente respuesta tras la frontera (que provocó la alucinante denuncia de Podemos contra el Gobierno del que forma parte), lograron cruzarla unos 900 inmigrantes. Se trata de un sistema de presión, tradicional de Marruecos, aunque España no ha hecho esta vez declaraciones responsabilizando de lo ocurrido a las autoridades del vecino país.

 

Desde Moncloa y el Palacio de Santa Cruz se evita cualquier crítica, mientras se desarrollan discretos contactos con EEUU y Francia –desvelados por la prensa francesa- para intentar encontrar una salida al conflicto del Sáhara. Marruecos decidió hace pocos días abstenerse en la votación en Naciones Unidas sobre la guerra de Ucrania. La explicación de esa neutralidad responde en parte al malestar de Rabat con parte de sus socios europeos –España y Alemania, fundamentalmente- por su posicionamiento prosaharaui. Pero es también una apuesta estratégica. La decisión marroquí de distanciarse del voto occidental en Naciones Unidas provocó la sorpresa a sus dos principales apoyos internacionales, y ha acelerado los contactos de Francia y EEUU con la antigua potencia colonial administradora del Sahara, para desatascar un conflicto enquistado.

 

Después de dos años de pandemia, y en el inicio de una recesión de consecuencias y duración impredecibles, la sociedad marroquí va a tener que soportar un grave retroceso de su bienestar. Eso genera mucho nerviosismo en las mayores ciudades del país, cuyos habitantes ya salieron masivamente a las calles en enero –cuando aún nadie suponía que Rusia osara atreverse a una guerra de destrucción contra Ucrania- para protestar por el encarecimiento de los productos de consumo más necesarios. Y aún no había empezado el baile: la reducción de las importaciones de cereal ucraniano preocupan al país. Y también la creciente dificultad que la guerra supone para que Marruecos pueda acceder al suministro de gas. Argelia no tiene hoy intención de reabrir el gasoducto Magreb-Europa, pero si lo hace en el futuro, será sin duda para aumentar el aprovisionamiento a sus clientes europeos, especialmente a Francia.

 

En ese contexto de intereses internacionales contrapuestos, siempre paga la factura el más débil. Las élites marroquís comienzan a estar nerviosas, y eso suele significar conflictos: probablemente con el Polisario, pero también con España. La llegada de inmigrantes magrebís a Canarias se incrementó entre enero y febrero de este año un 135 por ciento en relación con esos mismos meses de 2021. Son casi 5.500 inmigrantes, y representan las tres cuartas partes de la gente que entró de forma irregular en todo el territorio español, en esos dos meses. Un escenario de creciente tensión, en una situación potencialmente peligrosa y con un escenario muy cambiante, casi volátil, en el contexto del deterioro de la economía del Sahel.

 

Tensión creciente, pues, también en las fronteras del sur de Europa.

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