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Más sobre un debate estéril

Por Francisco Pomares

 

Yo escribo normalmente sobre política, más que nada porque llevo en esto cuarenta años. Es evidente que yo no soy un experto en microalgas (un término más divulgativo que científico, por cierto), en cianobacterias o en vertidos incontrolados de aguas fecales. Si lo fuera, escribiría como un científico o un técnico, con tanta precisión que probablemente sería difícil que alguien que no fuera un científico o un técnico entendiera algo. Pero desde hace años creo que la mejor cualidad de un periodista (de una persona cualquiera, en general) es el sentido común. El sentido común es el que nos recuerda que antes de decir algo debemos saber lo que decimos, documentarnos, escuchar a los que más saben... Y que las explicaciones más sencillas suelen ser las más lógicas, y casi siempre las correctas. Habrá quien las crea y habrá quien no las crea. Pero eso es harina de otro costal: la gente es perfectamente libre de creer lo que le salga del occipucio, aunque sea falso. Otra cosa es la puñetera manía de querer imponer a los demás lo que uno cree.

 

En relación con el asunto que nos ocupa, ayer se me ocurrió escribir de algo de lo que no soy ni de lejos un especialista, porque es un asunto que preocupa a la gente en estos días de verano, y ha trascendido ya al debate público. Como suelo hacer, me informé leyendo o escuchando a quienes más saben. La conclusión que saqué es que las mal llamadas microalgas son colonias de cianobacterias (bacterias que tienen la capacidad de hacer la síntesis de la clorofila, como las plantas) y que se alimentan del nitrógeno que encuentran en el aire. El crecimiento de las colonias es fruto del calor y no de los vertidos, aunque en los vertidos -algo menos en los que pasan por una depuradora- suele haber altas concentraciones de nitrógeno y fósforo. Intenté no ser alarmista, sino todo lo contrario. Las bacterias no son necesariamente tóxicas (un cuerpo humano sano alberga más bacterias que células), y recordé que el estado microbiológico del agua de baño en Canarias es bueno. Casi 4.000 informes realizados por la Dirección General de Salud Pública en lo que va de año lo demuestran. Aun así, por sentido común, yo no iría a bañarme justo en medio de una concentración de microalgas, de la misma forma que procuro no pisar un excremento de perro, ni vivir al lado de una fábrica de pegamento. Es probable que ninguna de las dos cosas me vaya a matar, pero -si puedo optar- yo prefiero no hacerlas. Y puedo optar por no bañarme en una colonia de cianobacterias.

 

A lo mío: me parece muy necesario que se hable de los vertidos indiscriminados y de la necesidad de tratar el agua antes de tirarla al mar. Lo que me preocupa es que ese asunto nos afecte porque resulta desagradable bañarse, y no porque estamos envenenando los océanos y acabando con la vida marina, que es lo que deberíamos sentir. En lo que yo ayer quería insistir es en el hecho de que no asumimos nunca responsabilidades, se las endosamos a otros. Nos hemos acostumbrado a una forma de discutir en la que los argumentos no son lo importante, sino quién tiene razón. Ya no discutimos para convencer o ser convencidos por el otro, o para lograr una síntesis, sino para ganar. Por eso la calidad del debate público es un desastre. Ahora, además, el asunto de las microalgas se ha politizado, porque el subdelegado del Gobierno ha cometido el error de intervenir en él, y sus palabras -que no son un disparate- se han convertido en titulares que solo reseñan la parte más polémica de lo que dice el señor subdelegado y que han sido contestados "ipso facto" por otros titulares buscando bronca. Seguimos empeñados en señalar responsables por algo que tiene que ver con el aumento de las temperaturas, por encima de cualquier otro factor. Y esa concreta responsabilidad -que el clima cambie- es de todos. Que no es lo mismo que decir que no es de nadie.

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