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Mejor dentro que fuera

Por Francisco J. Chavanel

 

 

Las democracias, por perfectas que sean, suelen perder últimamente todas las batallas contra el poder financiero. La última de las crisis es un ejemplo perfecto. Es el poder financiero quien, a lomos de la globalización, pervierte el sistema con las subprimes, con la compra de voluntades políticas, quien subordina a los representantes de los ciudadanos a una riqueza fácil y sencilla, de la que resulta casi imposible resistirse.

 

En Grecia el gobierno de Syriza prometió a los ciudadanos pelear contra la troika si llegaba al poder. También se comprometió a sacarla de Europa si el austericidio continuaba dejando cadáveres en cuneta. Tsipras cumplió su palabra levantándose de una negociación cuando la separación entre las partes era mínima, sintiéndose ninguneado y humillado, con la impresión de no valer nada en el tablero de la Unión Europea. Sin embargo, su amplia victoria del domingo, teniendo un gran valor a nivel interno, puede resultar un desastre de incalculables consecuencias tanto para Grecia como los fans del sueño europeo. Una vez más el poder financiero se impone a una democracia, y a las decisiones “libres” que adoptan los ciudadanos.

 

En un país luterano como Alemania estas cosas no se entienden. Las deudas están por encima de las opiniones. El dinero es algo sagrado y no se puede jugar con él. Si le debes dinero a alguien no puedes convocar a la urna a la gente de tu tribu para que te respalden para pagar menos o nunca, reclamando un gesto de caridad de casi 320.000 millones de euros. Es cierto que Grecia no podrá pagar nunca. Y en Alemania lo saben. Qué menos, entonces, que una buena expiación de los pecados cometidos, y que ese purgatorio dure hasta la eternidad si es necesario.

 

Cuando los premios nóbel Krugman y Stiglitz, asesores de Obama, debaten con los “sabios” financieros alemanes que su forma de practicar su estrategia destroza cualquier posibilidad de economía constructiva, a los miembros de la nomenklatura merkeliana no se les mueve ni una ceja. Están de acuerdo. De hecho la política que ejecutan en su Alemania es devota del consumo, del crédito a las pequeñas y medianas empresas, lo contrario al corralito y a un exceso de intervencionismo. Pero entre ellos se fían, mientras que los países del Sur, católicos y fiesteros, son los “pigs” (cerdos): toman el dinero de los demás, se lo gastan en auténticas orgías del despilfarro que avergüenzan, y luego se niegan a afrontar las consecuencias de los hechos que frívolamente protagonizan. No creo que ninguno de nosotros encontremos asomo de piedad en el banco que accedió a suscribir nuestra hipoteca si le rogamos que nos permita dejar de pagarle unos seis meses hasta que nos recuperemos.

 

Ahora Grecia siente la presión del abismo. Fuera de la Unión espera Rusia, que es un país devastado por el rencor y la corrupción; no es una buena opción. La troika quiere que los griegos se vayan, ya que su no a la negociación, aunque lo nieguen, también es un no a Europa. España espera alerta temblándole las manos… a Rajoy debiera temblarle todo el cuerpo por jalear más de la cuenta el deseo teutón de machacar a los griegos hasta llevarlos a la oscuridad total.

 

Si no hay acuerdo con Grecia nosotros, con Portugal e Italia, seremos la última frontera. Seremos la fruta preferida de los especuladores que tirarán a dar a una economía que se recupera entre balbuceos. El dinero cuyo valor ha bajado con mucho esfuerzo a niveles precrisis volverá  a costar una fortuna, y si en este momento algunos bancos prestan entre timoratos e inseguros la caja volverá a cerrarse si el miedo se aproxima.

 

A España le interesa una Grecia sufriente dentro del euro. Otra cosa es que pensemos que tanto griegos como españoles igual tuvieron que pensárselo mejor y no haber entrado en la UE. Pero ya es tarde para el reproche. Esta partida la tiene ganada de antemano el poder financiero. Por mucho que votemos cuánto dolor estamos dispuestos a soportar, lo cierto es que hablamos de un enorme sufrimiento por una deuda inmensa que condiciona totalmente nuestras vidas, la de nuestros hijos, y la de nuestros nietos. 

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