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Mi alcalde no tiene GoogleMap

 

Juan Manuel Pardellas

 

GoogleMap se ha convertido en la salvación de los viajeros solitarios. Hay quien defiende que esa voz robótica y fría ha quitado todo signo aventurero, incluido hasta cuando uno se perdía, que quizás ahí estaba lo más divertido e inolvidable de la experiencia. Total, que la voz metálica (nosotros en casa, como frecuentamos mucho África, la hemos bautizado Aminata) ha llegado para quedarse.

 

Les confesaré que da igual el continente, país, isla o localidad por la que se muevan. La aplicación funciona con una exactitud pasmosa, casi de centímetros, incluida una actualización permanente (no me digan cómo se logran afinar tanto) para detectar incluso si hay obras durante nuestra ruta y establecer una alternativa. Hay quien pueda sentir algo de miedo, pero si a estas alturas nos negamos a entender cuánto de vigilados nos tienen es que no hemos entendido nada.

 

Mi consejo es que apaguen los móviles y déjenlos por fuera de la sala donde vayan a mantener una reunión confidencial, por supuesto vacía de ipads, tabletas, pc y cualquier otro elemento desde el que se pueda acceder, incluida una línea de teléfono convencional. ¿Le servirá de algo?

 

Si, por el contrario, da su consentimiento a las miles de páginas a las que entra, retransmite su vida en las redes, nunca apaga el teléfono y tampoco tapa con un apósito o pegatina las cámaras de su PC, Tablet y teléfonos, relájese y déjese llevar por nuestra amiga Aminata. Por supuesto que alguien (a veces menos indeterminado de lo que nos creemos) sabrá dónde estamos en cada momento, pero la ventaja de ser guiado es tanto o más placentera que cuando sea el propio vehículo el que nos desplace sin necesidad de que lo conduzcamos.

 

 

Todo esto viene a que, por trabajo, me muevo contantemente por todas las islas. Y conduzco. Y les aseguro que he comprobado cómo muchos de nuestros alcaldes son unos auténticos cabroncetes. Cuando Aminata me indica que llego a una avenida llamada General Gutiérrez (sí, aún las hay), no veo ninguna placa que lo indique, lo mismo en muchas esquinas de calles, que no están identificadas y ahí me ves, dejándome llevar por Aminata en un terreno tan desconocido como la selva virgen. Mis alcaldes no deben conocer GoogleMaps o, al menos, cómo ha avanzado el mundo mientras todos ellos (y cuando digo todos es todos) siguen anclados en no sé qué siglo.

 

Ahí tienen una idea para estos meses en los que se harán tantas fotos y recuperarán sus famélicos y abandonados perfiles en redes sociales: en vez de tanta paella, chuletada, fiesta y abrir zanjas, pongan de moda en esta campaña electoral un selfie inaugurando todas las placas que necesita su ciudad para que, ahora sí, residentes y, sobre todo, sufridos visitantes confíen más en ustedes que en un satélite.  

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