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No lo llames paraíso

Por Alex Solar
 
 

Decía un famoso escritor de viajes, citando a otro célebre viajero, que “cuando se llama paraíso a cualquier lugar, pronto deja de serlo”. El caso más reciente pudo verse cuando unos jóvenes turistas dieron a conocer en las redes sociales un auténtico lugar paradisíaco, al que luego acudieron cientos de otros visitantes que lo convirtieron en un erial en poco tiempo.
 

Un familiar mío vive desde hace tiempo en Florianápolis, en el sur de Brasil, un lugar que fue frecuentado en el pasado por muchos hippies del continente americano y actualmente es una de las ciudades más dinámicas del mundo según la revista Newsweek y es también es considerada la de mejor calidad de vida en todo Brasil. Vive básicamente del turismo que le proporcionan sus 42 playas, la mayoría insulares y mi sobrino trabaja en uno de sus establecimientos hoteleros. En estos días vi en Callejeros Viajeros un reportaje algo antiguo, de 2008, que mostraba el esplendor de sus playas, las mansiones del exclusivo barrio de Jurere , donde dicen que tienen propiedades estrellas del cine y del fútbol mundiales, y los infaltables residentes españoles que viven de ese turismo. Entre ellos había unos chicos madrileños que vivían en un bungalow alquilado con perro incluido y que se quejaban de la ausencia de alcantarillado en la vivienda además de la recogida de basuras.
 

No viviría en Florianápolis a ningún precio, no solo porque detesto los ambientes tropicales, sino porque se ve claramente que ese paraíso también ha dejado de serlo. Cuando aparecen las marabuntas turísticas con sus gafas de buceo a bordo de barcos con tripulantes disfrazados de piratas o sirviendo marisco mientras suena la música discotequera, es seña inequívoca de que es un lugar tronado y del que hay que huir. Por mucho que los borrachitos de la aldea y los vagabundos digan que es “un paraíso “mientras saludan a los televidentes de la querida España.
 

Y esto me lleva al tan traído y llevado tema de la turismofobia. Desde hace más de una década, economistas, ecologistas y organizaciones fuera de toda sospecha de radicalismo como la OCDE, vienen advirtiendo sobre los efectos perversos de la actividad turística no sostenible, esa que crea fatalmente un círculo vicioso que concluye en la frase “el turismo destruye al turismo”. En Lanzarote, como en otros “paraísos” donde he residido, se va convirtiendo en una cruda y dura realidad. Tal como apuntaba Jorge Marsá en la desaparecida Cuadernos del Guincho en 1997, el límite del crecimiento turístico en la isla según los expertos se resume en una fórmula “muy simple”: “por isla, no más de una cama por cada dos habitantes locales, o no más de 20 camas por Km2; se toma el límite que primero se cumpla, el más bajo”(Antonio Machado Carrillo “Ecología, medio ambiente y desarrollo turístico en Canarias”, 1990).
 

Hace algún tiempo un responsable policial calificaba a Lanzarote de “verdadero paraíso” en materia de seguridad, en comparación con otros sitios de la península. Pues bien, según los últimos datos publicados por el Ministerio del Interior, municipios como Arrecife  y Lanzarote en su totalidad superan este año en aumento de delitos a sitios turísticos como Alicante(3,6%): en el caso de la capital conejera la variación de enero a junio es de un 9,9 % y en el caso de la isla es de un 10, 8 %. El Paraíso se convierte en infierno con pasmosa facilidad.
 

La culpa no la tienen ni los pobres de Europa que vienen con sus ahorritos a tomar el sol y que se encuentran con los escraches de Arran. Ni de los que alquilan sus pisos con Airbnb. La responsabilidad es en primer lugar de un sistema económico que ha prostituido el término sostenibilidad  con una lectura puramente monetaria y de  las  instituciones políticas que han hecho notoria dejación de sus responsabilidades y ahora lloran como magdalenas.
Hace mucho tiempo que sé que no existe el Paraíso , aunque sí la serpiente tentadora que ofrece la manzana de la ganancia fácil a costa del patrimonio natural, quebrantando las leyes de la economía de la naturaleza que es en definitiva la ecología.

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