PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

¿Oye? ¿Me oyes?

Fran J. Luis

 

 

A finales de este mes de febrero se vuelve a celebrar el Mobile World Congress después de un parón por la pandemia. Este evento está considerado el más importante escaparate del sector de la tecnología móvil y las comunicaciones. En él se podrán ver nuevos avances sobre el internet de las cosas (IoT), inteligencia artificial avanzada, 5G, servicios en la nube ... Pero uno, que ya tiene cierta edad, recuerda cómo eran las cosas hace unos cuantos años.

 

Ahora me remonto al año 1994. Mi hermano y yo estudiábamos Ingeniería Técnica de Telecomunicaciones en Las Palmas de Gran Canaria. Era nuestro segundo año de carrera. Vivíamos en la calle Venegas, en un apartamento interior (más bien un zulo) sin ventanas a la calle. Nuestro único contacto con la vida exterior era un patio de luces desde el que no sabíamos si hacía sol, estaba nublado, hacía frío o calor.

 

Para poder hablar por teléfono con nuestros padres teníamos que ir a una cabina situada en el Parque San Telmo. En esos años, este parque era frecuentado por drogadictos y gente de mal vivir que no paraban de pedirnos dinero. Por este motivo, mis padres decidieron comprarnos nuestro primer teléfono móvil.

 

No voy a entrar en detalles de cómo era el teléfono en sí, pero solo les digo que no tenía pantalla. Solamente disponía de las teclas con los números y 3 leds que, según el color y los destellos, significaba una cosa u otra. Además las llamadas costaban un riñón, por lo que había que darse mucha prisa para decirle a nuestros padres que estábamos bien y contarles las 3 ó 4 cosas que nos habían ocurrido ese día.

 

Pues eso, que a priori parecía tan simple, se convertía en toda una odisea.

 

Las llamadas duraban unos 2 minutos aproximadamente. Mi hermano era el que solía comenzar a hablar. De esos 2 minutos, casi 1 minuto y medio se lo pasaba preguntando "¿Oye? ¿Me oyes?, ¿Oye? ¿Me oyes? ..." hasta el punto de terminar enfadado con el teléfono, con la pobrísima cobertura, con el apartamento y con el hecho de tener que estudiar fuera de nuestra isla. Viendo el resultado, la mayoría de las veces yo ni lo intentaba ... ¿para qué? Mis padres tenían que averiguar, por lo poco que eran capaces de entender, si estábamos bien o mal. Y lo mismo nosotros de ellos.

 

También probamos a bajar a la calle para hablar pero la cosa no mejoraba mucho. La gente nos miraba como a marcianos mientras repetíamos, como si de un mantra se tratara, el dichoso "¿Oye? ¿Me oyes?" a la vez que nos escondíamos para intentar pasar desapercibidos. En resumen, un verdadero desastre!

 

Hoy en día, cuando hablo con mi hermano y por algún motivo le dejo de escuchar -aunque sea solo un segundo- siempre le repito en plan risa eso de "¿Oye? ¿Me oyes?"

 

 

Comentarios (5)