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Pasiones y razones

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 

Clavijo dedicó apenas un par de minutos de su discurso a la crisis de Gobierno -ya hubo un pleno para eso- y el resto lo usó para desgranar sus preocupaciones y obsesiones. Nada muy diferente a lo que ya preocupó a todos los que han sido presidentes antes que él: el desempleo y su correlato de dificultades para crear más trabajo, los problemas y deficiencias de nuestra formación, especialmente en materia de idiomas, y la necesidad de empujar el crecimiento de la economía para sostener la contratación... (¿O era al revés?).

 

Y después, la sanidad, prueba del algodón de una sociedad desarrollada, enfrentada a un gasto que crece y tiende al infinito. Clavijo fue contundente en eso: no le preocupa tanto lo que se gasta como que sirva para mejorar la atención a los pacientes. El conflicto con los socialistas, socios suyos en el que era "el mejor gobierno posible en Canarias", vino por ahí. Resolver las esperas interminables de los enfermos se ha convertido en la mayor apuesta del Gobierno. Se le juzgará -sobre todo- por lo que logre (o no) hacer con las listas de espera. Clavijo desgranó también sus obsesiones: la primera, la igualdad entre todos los canarios, que, más que un concepto de clase, es en Clavijo como un pegarse al terreno de cada isla. Y la otra obsesión: mantener buenas relaciones con el Estado para resolver la financiación. La política que quiere va por ahí.

 

Patricia Hernández sorprendió por su apasionamiento y la fiereza de su denuncia. No le acompañó la voz, quebrada por la afonía, pero su discurso -dramático, a cara de perro, a ratos podemita- logró silenciar los pasillos de la Cámara y hacer que el patio prestara atención. Un magnífico discurso para un congreso de partido, para una asamblea de universidad o para un grupo en los márgenes de la acción política. Pero nunca el discurso de alguien que dejó el Gobierno -obligada- hace menos de tres meses. Porque es difícil creerse el relato del héroe cuando lo encarna un mártir, un sacrificado a la fuerza. Si el Gobierno fue tan malo, si su presidente era un vampiro decidido a dejar morir enfermos... ¿entonces por qué diablos siguió Patricia allí hasta que fue echada como agua sucia? No encaja bien el argumento de un gobierno vendido a los poderes empresariales, a las clínicas privadas, insularista y casposo, mentiroso e inútil, tramposo con las cuentas... No encaja todo eso con el hecho de aferrarse a la poltrona. Una línea argumental insostenible, a pesar del pulido final intencionado y el entusiasmo de la oradora. Porque para hacer buena política no es suficiente que el discurso suene bien. También debe ser creíble.

 

En cuanto a Asier Antona, lo que hizo fue recoger los restos, encarar a los antiguos socios y recordar que el pasado queda por detrás. Antona es hombre a la espera de acontecimientos. Mientras se producen, hace equilibrismos sobre el sentido común y pide a todos que se esfuercen, que sean serios y buenos y piensen en lo importantes que son la gente y sus problemas. Antona es la oposición de las razones, frente a la de las pasiones, que encarna Patricia Hernández. Antona gana tiempo: dice no tener prisa, pero cuenta los días.

 

Y luego Noemí Santana: Patricia le robó el espacio y no logró hacerse oír. Mientras recitaba soluciones del manual del perfecto indignado, los suyos comían frutos secos en los escaños. Ostensiblemente. Pero con mucho cuidado de no tirar las cáscaras al suelo.

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