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Propaganda, una bandera y una pistola

 

Andrés Martinón

 

Playa de Arrieta, Lanzarote, escasas fechas después del final de la Guerra Civil española. Una pareja de guardias civiles se acerca a un matrimonio que pasa una temporada de verano en esta localidad norteña junto a sus seis hijos, el último de ellos, un recién nacido. El padre de la familia había sido por un breve periodo de tiempo alcalde de Arrecife en plena República.

 

Con la llegada del franquismo comienza un periodo de represión y a este matrimonio ya se le juzga por lo que pudo ser o haber hecho en el periodo democrático del 31 al 36.

 

Uno de los guardias dice: “Don Eduardo, acompáñenos a su casa de Arrecife. Tenemos que hacer un registro”. A lo que el aludido respondió: “Estoy con mi familia y no puedo abandonarlos. Pero estas son las llaves de mi casa de Arrecife. Haga usted lo que tenga que hacer”.

 

Cosas de la época y del respeto, el Guardia Civil respondió que no lo afrentaría. Requirió a Eduardo para que por favor acudiera al día siguiente a la capital y abriera su casa para registrarla. Los agentes se fueron de Arrieta.

 

Cuando cayó la noche. Casi de madrugada, Eduardo le dijo a su mujer con tono preocupado: “Pepa, vamos a Arrecife”.

 

Con nocturnidad, sigilo y muchos nervios, esta pareja se adentraba en su vivienda de La Plazuela y recogían de un arcón abundante propaganda, una bandera de la República y una pistola. La escondieron en una especie de saca y se fueron. Llegaron a un punto de la costa lanzaroteña indeterminada y se deshicieron de ese material que a Eduardo le habría costado, como poco, un tiempo entre rejas.

 

Regresaron a Arrieta y Eduardo acudió puntual al día siguiente a su cita en Arrecife. Abrió las puertas de su hogar a los guardias civiles que registraron la casa y no vieron nada sospechoso. Eduardo y Pepa nunca tuvieron problemas ni con la ley ni con la justicia ni con el régimen. Fallecieron ya ancianos con una vida llevada a cabo en su tierra.

 

Esta es una de esas historias de mi familia que más me sorprenden. Eduardo y Pepa eran mis abuelos paternos. Eduardo Martinón Tresguerras y Josefa Armas Curbelo.

 

No sé cuánto de leyenda hay en lo que llegó a mis oídos y que ahora rememoro como esas películas americanas que dicen algo así como basado en hechos reales y que algunos fragmentos pueden haber sido modificados en aras de una intensidad narrativa mayor. Pero no deja de sorprenderme que mis abuelos, tal y como uno los recuerda, pudieran haber pasado la peor noche de su vida y sin embargo, la templanza y la sangre fría de mi abuelo permitió que hoy en día no lamentáramos otro episodio negro de unos años oscuros que esperamos no se vuelva a repetir.

 

 

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