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Puente sobre aguas turbulentas

Por José Carlos Mauricio 

 
En tres semanas, Rajoy pasó de dar saltitos en el balcón de Génova el día de la victoria electoral a mostrarse estos últimos días serio y bastante preocupado. Hasta el punto que ha amenazado con renunciar de nuevo a la investidura y forzar elecciones si no obtiene los apoyos necesarios. Lo que supone la abstención de los socialistas.
 
A lo largo de este mes de julio, Rajoy ha vuelto a tropezar con algo que no acaba de entender ni aceptar: en la democracia española, ser el partido más votado no significa necesariamente que haya ganado las elecciones. Solo se puede formar gobierno si se alcanza una mayoría de diputados que te respalden. Y eso el PP no lo tiene fácil. El 34 por ciento de los ciudadanos les ha votado, pero el 66 por ciento restante se ha pronunciado por un cambio de gobierno. Aunque estos segundos no se ponen de acuerdo en qué tipo de gobierno.
 
El resultado es que llevamos siete meses, y dos elecciones, intentando encajar las piezas del puzzle. Pero hasta ahora no ha sido posible. El complicado rompecabezas amenaza con romper o cortar las cabezas de los principales dirigentes de los partidos españoles. En vista de la situación, en los primeros días de julio, Rajoy puso en marcha una ronda de contactos con todas las fuerzas políticas. Anunció que lo hacía con pleno optimismo, convencido que podría alcanzar los acuerdos necesarios en pocos días, “porque España necesita pronto un Gobierno mayoritario y estable. Como muy tarde a principios de agosto. Para aprobar el techo de gasto y las bases de los presupuestos, para poder irnos tranquilamente de vacaciones”, sugirió Rajoy. Los medios de comunicación, los sectores económicos y hasta la bolsa se dejaron arrastrar por el optimismo y algunos llegaron hasta la euforia.
 

Las consultas de Rajoy 

La segunda semana de julio empezó la ronda. Primero, con Coalición Canaria. Que se presentó con sus mejores galas y al máximo nivel, representada por Clavijo y Barragán, dejando atrás a Ana Oramas. Al salir, Barragán declaró que veía fácil el acuerdo y anunció que la semana siguiente habría una reunión para precisar la Agenda Canaria. Rajoy había metido el primer gol y la afición aplaudió complacida. Los medios dijeron: “Rajoy empieza a sumar”. Y otros: “Ya tiene a Coalición Canaria, mañana al PNV y, al día siguiente, a Ciudadanos. Suman 175 diputados, en realidad ya no hace falta el PSOE”. “Pero, falta uno”, advirtió alguien. No se sabe de quién fue el soplo, pero todos coincidieron en que el voto 176 también era canario: Pedro Quevedo, de NC. Algún impertinente agregó: “Los votos canarios son los más baratos, unas perrillas para subvenciones de eso que ellos llaman la Agenda Canaria”.
 
Pero la euforia de los propagandistas, que algunos llaman periodistas, duró poco. Porque Quevedo aclaró de forma tajante: “en ningún caso apoyaremos a un Gobierno que ha maltratado a Canarias”. Exactamente lo mismo declaró, al día siguiente, Aitor Esteban, portavoz parlamentario del PNV, al salir de la entrevista: “No daremos apoyo a Rajoy por sus afrentas al nacionalismo vasco durante los últimos cuatro años”.
 
A partir de ahí, la ronda fue de mal en peor. Ciudadanos solo se comprometió a la abstención en la segunda votación y un claro No en la primera. Repitió: “No apoyaremos a Rajoy como presidente del Gobierno, porque hace falta renovación y regeneración. Y eso con este presidente no es posible”. Pedro Sánchez, a su vez, dejó claro que “a día de hoy” votarán No a la investidura, tanto en la primera como en la segunda votación. La ronda de Rajoy acabó, pues, en fracaso. Después de múltiples reuniones solo había conseguido un voto más: el de Coalición Canaria. Que ante la huida de los demás dio la impresión de haber quedado en lo alto de una escalera, que no existía, colgado de la brocha. Intentando “pintar” las partidas del presupuesto que le tocaban a Canarias. 
 
 

¿Gobernar para qué?

 
Los medios de comunicación menos alineados plantearon que el fracaso de Rajoy se había producido porque solo había propuesto un gobierno, pero no un programa de gobierno sobre el que negociar. Se había sentado con sus interlocutores solo para decirles: “el país no soportaría unas terceras elecciones. Por tanto, me tienen que votar. Yo les ofrezco dos posibilidades: bien un gobierno de coalición, en que les cedo una vicepresidencia, la otra para Soraya; y algunos ministerios que podríamos negociar. Y si no, un gobierno en minoría, con un pacto sobre los presupuestos del 2017 y 2018. Y luego ya veremos”.
 
Los otros partidos dedujeron que las buenas palabras de Rajoy escondían la intención de mantener el mismo gobierno y las mismas políticas que ellos rechazaban. Y ni una sola propuesta programática nueva. Por lo que les resultó fácil rechazar las ofertas del PP. Que se vio obligado a hacer público un documento de seis puntos, que parecía innovador, pero que en realidad solo copiaba las propuestas vagas e inconcretas de su programa electoral. Y por mucho que insistió en que era un documento abierto a la negociación, no incorporaba ni una sola de las reformas moderadas que habían pactado meses atrás el PSOE y Ciudadanos. En pocos días, todos llegaron a la conclusión que no existía margen para que el PP aceptara una negociación seria sobre las reformas profundas que proponen el PSOE y Ciudadanos. El PP solo está dispuesto a negociar en base a su programa electoral y poco más. En sus propuestas, ni siquiera citó a la llamada Agenda Canaria.
 
Así entramos en la tercera semana de julio con las posiciones más alejadas que nunca. Ni el PP se movía, ni Ciudadanos ni el PSOE tampoco. Los medios de comunicación se irritaban y algunos se desesperaban. El domingo pasado, el periódico El País editorializó lo que todos los medios sentían: “Que se vayan todos”. No sabemos si en este caso la opinión publicada coincidía con la opinión pública, pero ellos sí se la atribuían. Sin embargo, el PSOE y Ciudadanos no se dejaron impresionar. Siguen pensando que el apoyo a un gobierno continuista, que bloquee las reformas, significaría un suicidio político para ellos. Y dejaría el monopolio de la oposición a Podemos, que es lo que más desea. 
 
 

El vodevil de los votos fantasmas

 
Y cuando ya todos pronosticaban la llegada del terrible fantasma de las terceras elecciones, una inesperada votación para la mesa del congreso devolvió el optimismo a los llamados sectores responsables. Aunque el triunfo parlamentario del PP fuera a costa de una ridícula pantomima, que han llamado “el vodevil de los votos fantasmas”. La señora Pastor fue elegida presidenta del congreso, con la abstención pactada de los independentistas, esos que hasta hace poco “solo querían romper España”. Por lo visto esta vez no. Llegaron al punto de votar Sí, aunque negándolo después, a la candidata de la vicepresidencia del PP, a cambio de la constitución de grupos parlamentarios que según el reglamento no les corresponde. 
 
El portavoz del PP, señor Hernando, que en su proceder parece más un viejo procurador en Cortes que un diputado democrático, estropeó la brillante operación cuando presumió de ella en la radio: “No sé por qué se extrañan, los diez votos fantasmas fueron pactados con Convergencia, PNV y Coalición Canaria”. Aunque estos siguieran negándolo. En este cuadro, de astucias, trampas y zancadillas se inician las consultas del Rey, que deben de culminar la primera semana de agosto con la presentación de Rajoy como candidato a la presidencia del Gobierno. 
 
“A día de hoy”, como diría Sánchez, nadie garantiza que Rajoy se presente o dé la espantada como la última vez. Ayer repitió que está dispuesto a lanzar un órdago: “O bien le comunican al Rey que me apoyan o se abstienen. Si no lo hacen, vamos a las terceras elecciones”. Después de esto, la presión sobre Sánchez y Rivera va a resultar insoportable durante toda la semana. Desde dentro y desde fuera de sus partidos. De dentro y fuera del país, de los poderes nacionales e internacionales. Todos los periódicos coinciden en que hay, según ellos, un amplio consenso a favor de permitir el gobierno de Rajoy. No queda otra, concluyen, lo exige la razón de Estado. 
 
El próximo viernes, el Rey tomará su decisión. Y, todo hace pensar que propondrá a Rajoy para que se someta a la investidura. Si es así el día 2 presentará las Cortes su programa de gobierno. Nadie sabe si volverá a repetir los tópicos de siempre o nos sorprenderá con la oferta de un gran compromiso para acometer las grandes y profundas reformas que necesita el país. Lo único que está claro es que la semana próxima veremos a Rajoy atravesar la estrecha pasarela que le separa de un nuevo gobierno, mientras debajo corren las aguas turbulentas que amenazan con llevárselo por delante. 
 
El viernes de la próxima semana sabremos definitivamente si sale humo blanco de las chimeneas de las Cortes Españolas. O por el contrario volveremos a las difíciles negociaciones durante un largo y cálido verano. Lo que quiere Rajoy está claro, lo que quieren Sánchez y Rivera menos claro. Pero da la impresión que siguen apostando “a día de hoy” por un gobierno renovado para septiembre. Lo de renovado quiere decir nuevas políticas sin Rajoy. Pero este se lo huele y va a ser difícil que rinda su espada y por eso nos amenaza con nuevas elecciones a finales de noviembre.
 
 

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