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¿Se contagia el incivismo?

Por Mar Arias 

 

Pintadas, basura por las esquinas, edificios que acumulan más desperfectos cada año que pasa, calles plagadas de heces de perros, cuyos dueños consideran que la cosa no va con ellos, contenedores de basura quemados, calcinados, desaparecidos y no siempre sustituidos. Con tan sólo apartarse unos metros de las principales vías urbanas de la capital, y a veces sin que sea siquiera preciso, la ciudad muestra su peor cara. La lista sería interminable: fachadas sucias, calles llenas de chicles y otras inmundicias, papeleras ausentes, basura por doquier… Arrecife, ese feo patito que no se acaba nunca de transformar en cisne, agoniza. La capital da la sensación de haber sido abandonada a su suerte, en parte por la dejadez histórica de sus instituciones que parecen confiar desde hace décadas en que todo acabará por solucionarse por sí solo, y en parte, también, por el incivismo de sus ciudadanos. Por todos, y por cada uno de los que se encogen de hombres, Arrecife se muere.

 

Y es cierto que muchas veces nos limitamos a echar las culpas a sus responsables públicos, que alguna tendrán, no digo yo que no, pero no toda. Es verdad que siempre se ha empezado en esta ciudad la casa por el tejado y se pone en marcha, por poner un ejemplo, una idea, no entro a valorar si buena o no, como el cierre de la avenida, sin acometer antes un adecuado plan urbano para que los ciudadanos tengan dónde aparcar sus vehículos, entre otras muchas cosas. Pero ahora no hablo sólo de eso. Hablo de la imagen. Hablo de esos contenedores con la basura sobresaliendo, semana sí, semana también. Hablo de los vecinos de los barrios que consideran adecuado tirar el sofá, la cama, el televisor o un espejo hecho trizas en mitad de la vía urbana. Hablo de la señora que saca a pasear a su perro y deja sus heces en mitad de la vía pública. No es que no las recoja, es que ni siquiera ha salido con una bolsa en la mano para hacerlo. Hablo de las escombreras que nacen, crecen y se desarrollan en cualquier punto de la ciudad, y en las que todo el mundo parece animarse a tirar sus escombros. Hablo del conductor que tira el paquete de tabaco, o algo peor, por la ventana. Hablo de los niños que comen papas fritas y tiran la bolsa al suelo, y los chicles, los caramelos y el envase del refresco. Hablo del vecino que considera apropiado dejar que el resto de sus espaguetis se pudra en la acera. No exagero ni un ápice. Eso mismo lo vi esta mañana junto a mi calle. Hablo de la contaminación ambiental que generamos. Hablo de todos y cada uno los vecinos de esta magnífica ciudad que se nos viene abajo. Somos la puerta de entrada de un turismo que no quiero imaginar qué pensará de nosotros. ¿Es tan complicado empezar por nosotros mismos? ¿Se contagia el incivismo? Nos dejamos llevar por una suerte de dejadez, de falta de responsabilidad. A ese mismo vecino que no recoge las deposiciones de su perro le he escuchado decir que la culpa de todo la tienen los políticos, que no hacen nada.

 

No sé cuál será la proporción de culpabilidad de los responsables de la isla, pero sé que la culpa no es sólo de ellos. No es tan difícil responsabilizarse de lo propio y empezar por no agravar una situación que empieza a ser desesperada. De verdad, por nosotros mismos y por la ciudad en la que habitamos, seamos cívicos.

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