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Semillitas de maldad

Por Alex Solar

 

Vivo en el límite de dos barrios alicantinos, uno compuesto por bungalows y chalets donde residen gentes de clases medias y altas, y otro de viviendas sociales que datan de los años 50, con el yugo y las flechas en el portal. El parque , que contemplo desde mis ventanas, es un sitio de paso entre estos mundos tan diferentes, donde los alumnos de un instituto descansan en sus recreos y por las tardes juegan los niños de la barriada popular, muchos de etnia gitana.


Algunos de ellos cometen pequeños actos de vandalismo, destrozan las papeleras, también los juegos infantiles. Los adultos que a veces les observan, pasan y callan. Yo alguna vez les he recriminado su actitud, otras veces me he visto obligado a llamar a la policía municipal. Pero empiezo a cansarme de la inutilidad de mi esfuerzo, además de que me he convencido de que corro un riesgo. No es que me crea sus amenazas de “quemarme la casa”, pero ya la última vez que los encontré me dejaron claro que no tienen temor alguno y que son muy atrevidos. Uno de ellos, que no tendría más que unos once o doce años, se me acercó desafiante , cigarrillo en mano, para pedirme fuego, y al negarme puso mala cara. Se acercó a mí, me rozó la manga al mismo tiempo que hacía un gesto desdeñoso a mi mascota, que paseaba conmigo. A continuación, se unió a la pandilla que lo esperaba en un banco del parque y comenzaron a insultarme, haciendo aspavientos y tocándose los fondillos del pantalón. A modo de canto de victoria, batían palmas y finalmente se alejaron al más puro estilo flamenco. Me di cuenta de que no era yo el único objetivo de sus burlas más tarde, otros vecinos también se veían obligados a recorrer la plaza en medio de sus gritos y amenazas.


El Partido Popular local ha reprochado al ayuntamiento de esta ciudad al norte de la capital, y que es la sede de la Universidad de Alicante, que colectivos desfavorecidos de etnia gitana hayan quedado al margen de ciertas ayudas de inserción. Ciertamente eso es lamentable, pensé, pero no sería mala idea que también les ayudaran a estructurar el ocio de sus chicos más jóvenes. No hay un mal centro juvenil ni una biblioteca, ni otros incentivos para los más jóvenes en este barrio de marginación, donde los mayores se pasean o toman el sol cogidos a su lata de cerveza y sus cigarrillos.


Los sucesos que vienen ocurriendo en Bilbao nos alertan de que el fenómeno de la delincuencia juvenil y la vagancia ya toma proporciones alarmantes. El homicidio cometido por varios menores en la persona de un ex jugador de fútbol, asaltado para robarle, ha destapado la existencia de grupos organizados de adolescentes o niños que se comportan como delincuentes avezados, expertos en atacar a víctimas vulnerables, otros jóvenes o ancianos. En España se archivaron en 2016 un total de 9.946 diligencias en las que estaban implicados menores de edad inferior a los 14 años. Una cifra recogida por la Fiscalía General del Estado y que revela que se ha producido un considerable aumento de estos delitos protagonizados por menores desde 2011. Una investigadora del Instituto Vasco de Criminología explica que las causas hay que encontrarlas en el abandono escolar, en las mala compañía de amigos que tampoco estudian ni trabajan, en el escaso o nulo control parental y también en el consumo de tóxicos. Sin embargo, dice, no hay motivos para alarmarse ya que en la mayoría de los casos en los que hay menores infractores, éstos “se reconducen” con la ayuda de los mecanismos existentes para el control y protección de esos menores. Pues menos mal, pues la edad penal se mantiene en los 14 años y este hecho acentúa la impresión de impunidad que envalentona a estas semillitas de maldad.

 

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