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Son más, pero no distintos

Usoa Ibarra

 

Los pactos son ya tan fluctuantes que los partidos se han quitado las corazas y ahora se suman a la filosofía de la flexibilidad, porque el aumento de los votantes volátiles les obliga a adaptaciones programáticas e ideológicas, en ocasiones, rocambolescas por los caprichos de la aritmética o contra natura, porque la posibilidad de gobierno acaba imponiéndose a los valores de la propia marca. Este ejercicio de ir transformando el mensaje según conveniencia no es exclusivo de una formación política, pero quien lo maneja a la perfección es Ciudadano que es capaz de construir pensamiento a la misma velocidad que se definen sus eslóganes propagandísticos. Es decir, su pensamiento se moldea dependiendo del escenario político en el que le toque estar.

 

El partido naranja ha procurado lanzar el mensaje de que en la llamada postpolítica no hay cabida para posturas férreas e inamovibles. Nos movemos en tiempos de impermanencia donde el cambio es lo único estable y por eso la capacidad adaptativa es un síntoma de inteligencia. Es más, el electorado también tiene que acostumbrarse a estos cambios, porque hemos pasado de una política bipartidista a una política de bloques que a su vez sufre de una notable polarización. Es decir, ahora no se miran cara a cara solo dos grandes partidos, pero existiendo más variedad de siglas no se acaba de generar más consenso.

 

En esta Guerra Fría se ha puesto de moda la tendencia de hablar de números y opciones de gobierno con quien sea y como sea, generando en el electorado una notable confusión. El votante, ni siquiera tiene ya un papel protagonista, porque la política de pactos transforma el resultado electoral con tal descaro que puede dejar en la oposición al que ha logrado más votos. Y de ahí que ganar unas elecciones sea menos importante que construir combinaciones que den mayorías de gobierno.

 

El ciudadano observa con más claridad como el ejercicio de votar  ya no es finalista y cómo se producen constante saltos de frontera ideológica según convenga. Incluso, negando, lo que se había prometido en campaña bajo el alegato de la estabilidad. También es más consciente de que los partidos de nuevo cuño, como Podemos o Ciudadanos, no han transformado nada, sino que con toda naturalidad se han sumado a cada uno de los dos bloques del bipartidismo ya existente. Y  lo peor de todo es que tampoco ayudan a dialogar sin enfrentamiento, porque “los nuevos” han decidido ser más protagonistas de lo que les correspondería por representación y están sacando pecho. De esta forma, Podemos y Ciudadanos imposibilitan el desempate entre los dos bloques, aumentando el desinterés ciudadano por una contienda que no ha traído cambios, sino que simplemente ha hecho más numeroso el espectro político.

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